El Recien Llegado

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Alejandro no sabía que bicho le había picado a su cría, pero lo que sabía es que si no le contestaba Dai encontraría la manera de saber, entonces de alguna u otra forma todo se resumía a platicarle de una vez por todas un poquito de él

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Alejandro no sabía que bicho le había picado a su cría, pero lo que sabía es que si no le contestaba Dai encontraría la manera de saber, entonces de alguna u otra forma todo se resumía a platicarle de una vez por todas un poquito de él.

Últimamente su don de ver el futuro le estaba fallando de maneras increíbles y eso le molestaba un poco mucho. Daniel le dijo que era porque no había meditado, aunque tampoco creía que esa fuera la razón.

Ese día era jueves, Dai había entrado tarde al Colegio y solo el quedó en la casa. No recordaba cuantas veces había pasado el trapo por la mesa, estaba más aburrido que una clase de química a primera hora y eso que nunca estudió en el Colegio donde metió a sus hijos. Su última opción era tumbarse en el sofá y tomarse una siesta hasta que sean las 4 de la tarde, era un buen plan, y estaba yendo tan bien si no fuera por un ave que no dejaba de picotearle la frente, estaba a punto de espantarla, pero justo recordó que tal vez traía una carta para él, rápidamente se levantó y fue en busca de un bocadillo para el ave en agradecimiento por la carta.

—Listo, ahora tu comes y yo leo. — Dejó al ave comiendo en la encimera, ya se iría, y con prisa abrió la carta. Sus ojos recorrían rápidamente las líneas y suspiró más tranquilo. Tal vez su esposo no se equivocaba del todo con lo de la familia.

Esa noche ambos padres esperaron hasta que los menores se fueran a dormir para platicar sobre el tema, aunque el conflicto sobre Alexandra estaba más que resuelto, la respuesta que había recibido Alejandro no les gustaba del todo, pero ya no podía hacer nada si lo que decía en el papel era cierto, todo estaba arreglado y solo faltaba darle la noticia al involucrado.

...

El otoño justamente en las fechas de octubre, no se acostumbraba a recibir de una forma tan fría como lo estaba haciendo este año, ahora sí que se podía decir que en el Infierno estaba nevando. Todo el Reino no podía evitar cuestionarse el cambio de clima tan radical puesto que unas horas atrás el clima estaba agradable a comparación de ahora.

Todos los sirvientes en el Palacio Real estaban más que apurados, corriendo de un lado a otro puesto que tendrían a un invitado con una estancia oficial de 3 años y tenían una primera impresión positiva qué causar en el joven. Aparte de qué era importante para la imagen de su majestad el Rey.

Hacía un frío de los mil demonios en el infierno, ¿será por los que se reúnen o porque el castillo va a revivir recuerdos?

Un par de toques se dejaron oír en su puerta, sacándolo de su profundo ensueño, aunque fué lo ideal puesto que la hora se acercaba rápidamente y evitaría que se le hiciera tarde para el encuentro.

—Majestad, es recomendable qué comience a bajar justo ahora mi Lord —. La temblorosa voz llena de nervios de Marie se logró escuchar una vez abrió la puerta, mostrando su pequeña y cuidada figura, su uniforme pulcro y sus manos enguantadas junto a su largo cabello castaño recogido en un moño alto. 

—¿Está todo listo?

—Si majestad. —La joven asintió. — Antonieta se encargó de cerrar las habitaciones y se habilitaron las qué usted mencionó el día de ayer, ¿le preocupa algo, majestad? — Pregunto con cuidado ya que veía al pelinegro algo tenso.

—... ¿Estoy haciendo lo correcto, Marie?

Marie juraba qué nunca en su vida había visto los ojos zafiros de su majestad tan llenos de duda, estaba lleno de preocupaciones. Tantos sentimientos qué ella no sabía que él llevaba ocultando tanto tiempo. Se acercó con lentitud al pelinegro y se hinco en una rodilla mientras tomaba sus manos con las propias con tanto cuidado como si su Rey fuera de cristal y un simple descuido hiciera que se rompiera en mil pedazos. Sabía de sobra que no tenía por qué tratarlo así, si su Rey era alguien fuerte y decidido, pero sabía que hasta los más valientes tienen su momento de debilidad qué demuestra que siguen siendo humanos, en este caso, demonios.

—A veces el camino más complicado es la mejor opción para poder avanzar, y si aún tiene dudas, mis compañeros y yo siempre estaremos para levantarlo así que, por favor, respire y acompáñeme a recibir al señorito. — Marie sonrió más calmada mientras apretaba levemente su agarre en las manos del otro qué correspondió su toque.

—Vamos.

El joven qué cruzo la puerta fue otro diferente al de hace un par de minutos. Marie ya no veía miedo, veía la seguridad de siempre, y los ojos azules qué ahora le miraban tenían un brillo de diversión contrario al brillo lastimero qué no se apartó de ella en el principio. Cuando llegaron al recibidor lo primero que vieron fue a un joven de cabellos tan azules como el mar, su corte no le llegaba ni a los hombros y se podían notar un poco sus raíces oscuras. Su piel era blanca y era más alto que el rey, sin olvidar sus ojos.

Una vez que el joven de azules cabellos giró su mirada heterocromática hacia el oji azul, el último no pudo evitar quedar estático ante lo que sus ojos vieron. Rojo y verde, con ese brillo singular de la inocencia e ilusión. Los mismos que le recordaban a su juventud.

—Majestad, mi nombre es Dai Mictel Jhonson y agradezco su hospitalidad al haberme brindado hospedaje y su apoyo para mi aprendizaje mágico. — El peli azul puso una mano en su pecho y agachó la cabeza en reverencia.

El oji azul despejó su mente lo más rápido que pudo, volviendo al presente.

—Sepa que es bienvenido en mi hogar y espero aproveche todo el conocimiento qué adquiera aquí.

Dai jamás va a olvidar esa imagen, el Rey Miller de cabellos negros y ojos azules parado unos escalones arriba junto a una de sus sirvientas tras de él, su sonrisa a boca cerrada y sus manos enguantadas. La imagen de un joven qué nació para gobernar y que sabía lo que hacía, uno que hacía quedar como tontos a los príncipes de los cuentos qué convertían en Reyes y que tanto le gustaban leer a los niños de su Colegio. 

El peli azul sonrió, pero este mostraba los dientes, sin olvidar sus característicos colmillos qué a su papá le gustaban tanto, pues le traían buenos recuerdos. Miller solamente estiró una mano, invitándolo a subir para llevarlo a la que sería su nueva habitación a lo que el menor se apuró a ir con él.

Caminaban lado a lado, como iguales, Marie negó con la cabeza, no era algo en lo que tenía que ocupar su mente ahora mismo, había cosas más importantes que hacer comparaciones estúpidas. Aunque, el mundo es muy pequeño.

El Alumno Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora