CAPÍTULO XXIII

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7 de Enero, 9.00AM.
Santander.

Triana.

La cama estaba al lado de las ventanas y había sido muy poco inteligente dejar las persianas arriba la noche anterior, o más bien, hacía un par de horas escasas. Estaba tan cansada que no sentía nada de mi cuerpo, ese era el efecto de la cocaína que había ingerido anoche. Levanté el brazo, sin sentirlo parte de mí, e intenté tapar la luz que daba directamente a mis ojos.

−      ¿Te he despertado? −preguntó Saúl, frente a mí, de pie.

Estaba ya vestido y buscaba algo en el armario. Sonrió de lado, parecía mucho más majo que Hugo, pero aun así, no conseguía transmitirme la misma tranquilidad que él. Y, sin embargo, me había quedado a dormir con Saúl por no quedarme sola en el piso de Hugo.

−      No. −respondí incorporándome en el colchón. −Ha sido el sol.

−      Manda narices que salga el sol ahora. −volvió a sonreír. −Con lo nublado que ha estado estos días.

−      Hasta el cielo sabe que Mónica no está. −musité apenada.

Saúl asintió, estaba de acuerdo conmigo. Las palabras de Brisa todavía retumbaban en mi cabeza, sabía que tenía que contarle a Hugo todo lo que había descubierto, a ser posible sin mencionar nada de lo que había hecho ni dónde había estado.

No quería ni imaginarme cómo se pondría si se llegase a enterar de lo que hice anoche. Cerraría el bar, buscaría al Dani, le haría hablar y buscaría a los trabajadores, los interrogaría y los metería en la cárcel. No era del todo mala idea. Así podría dar con él, aunque fuera para verle una última vez y recriminarle todo lo que supuestamente no había hecho.

−      ¿Quieres desayunar? −me preguntó Saúl cerrando el armario. − ¿Unas tostadas? −ofreció.

−      No, con un zumo estoy bien. −me levanté de la cama, casi tropezándome con los tacones que había dejado al lado de la cama. −Y con un paracetamol seguro que me encuentro mejor. −me llevé una mano a la cabeza.

−      ¿Estás bien?

Entrecerré los ojos al mirarle. Estaba empezando a ver borroso. Me senté en la cama, dándole la espalda.

−      Solo me he levantado demasiado rápido. −musité.

−      ¿Seguro que solo es eso? −preguntó demasiado preocupado para conocerme de tan poco tiempo.

−      ¿Qué otra cosa podría ser?

Me levanté de nuevo, más despacio, y no me mareé. Vi a Saúl tan opaco como cualquier persona normal y no como una especie de alucinación.

−      Ese cabrón te hizo pasar la prueba, ¿no?

Saúl habló desde la estancia de la cocina, a la que me dirigí como si ese piso fuera mío y no fuera una invitada. Es más, ni siquiera era una invitada.

−      Pues claro. −me apoyé en la encimera mientras veía como preparaba su desayuno. −Si no el Dani lo mandaría al exilio como hicieron con él.

−      ¿Al jefe? −preguntó confuso, dándome un vaso.

−      Sí. −abrí el frigorífico para servirme el zumo.

−      No sabía que supieras tanto sobre el jefe. −murmuró. −Aquí arriba es una leyenda, como si fuera el mismísimo Jesucristo. −se burló riéndose.

No había hablado mucho con Saúl de algo que no fuera Mónica o su trabajo, pero se podía descubrir más con tan solo escuchando la forma de hablar de una persona que hablando de algún asunto como tal. El supuesto novio de mi amiga era un arma de doble filo, y no sabía si podía beneficiarme de él o él de mí. Y la segunda opción no me gustaba para nada.

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