CAPÍTULO XII

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5 de enero, 4.30PM.
Santander.

− ¿Es aquí? −preguntó Hugo al aparcar frente a un albergue.

− Sí. −contestó Triana, suspirando. −Es lo mejor que puedo permitirme, ¿sabes? Así que quita esa cara de asco.

− Llevo teniendo esta cara de asco desde que entraste a la comisaría. −rodó los ojos.

− Lo sé. −sonrió cínica. −Hasta mañana.

− Adiós. −se despidió de ella, sin mirarla.

Triana bajó del coche y subió los escalones para entrar al albergue, quiso girarse para ver si Hugo la miraba, pero no lo hizo. Entró y pasó la llave por recepción, más que un albergue parecía un psiquiátrico que no habían reformado en años. Hasta los que se hospedaban allí parecían enfermos mentales.

Subió hasta su planta por las escaleras de incendio que rodeaban el patio del edificio, así no se encontraría con nadie. El pasillo estaba completamente vacío y las luces se encendían con cada paso que daba para atravesarlo y llegar a su habitación.

El ruido que venía desde dentro del cuarto le hizo saber que sus compañeros de habitación estaban dentro. Si su madre la hubiera visto compartir habitación en un albergue con tres desconocidos se echaría las manos a la cabeza, histérica. Por suerte, eso no pasaría.

− Te hemos visto bajar de un coche. −le dijo Julia. − ¿Ese es tu novio? −preguntó riéndose, tímidamente.

− No. −negó, quitándose la chaqueta y dejándola encima de su litera. − ¿Vosotros no hacéis nada en todo el día? −se deshizo la coleta.

− Sí, pero no queríamos morir ahogados −contestó Víctor, sentando en la ventana, fumando despreocupado.

Triana levantó las cejas y no dijo nada, pensó seriamente en mudarse sola, pero no tenía suficiente dinero. Tenía que volver a trabajar si quería quedarse un poco más en Santander. Porque sentía que tenía que quedarse.

Se metió en el baño y se duchó lo más rápido que pudo. No dejaba de preguntarse cuánto tiempo más estaría en aquel asqueroso albergue o cuánto más podría aguantar. Desde debajo de la ducha no se escuchaba nada de que lo pasaba fuera del baño, solo oía ruido.

Unos golpes en la puerta la hicieron sobresaltarse, lo asumió a otra de sus raras visiones que estaba teniendo desde que llegó a Santander. Se enrolló en su toalla y salió, preguntándose por qué seguía el ruido, si solo era una visión.

Cuando vio a Hugo con su cara de borde y con la cara de incredulidad, lo supo. Supo por qué tanto alboroto.

− ¿Qué pasa? −miró a sus compañeros. − ¿Y tú qué haces aquí? – le preguntó a Hugo.

− ¿Y tú por qué estás desnuda? −le preguntó a ella.

− Para ducharse es necesario quitarse la ropa. −le contestó, rodando los ojos. − ¿Qué haces aquí? −repitió, cruzándose de brazos.

− Te habías dejado esto en el coche. −le entregó la cartera. −Pensé que la ibas a necesitar.

− Gracias. Podrías habérmela dado cuando no tuvieras que volver al trabajo. −la dejó encima de la cómoda.

Se volvió a meter en el baño, escuchó como Hugo se despedía de sus compañeros de habitación. No quería imaginarse el encuentro que tendría con ellos ahora, las charlas y las preguntas sobre su "novio". Y tampoco quería que llegara el día siguiente, porque sabía que Hugo le iba a hablar de su habitación compartida. Porque sabía que iban a volver a verse.

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