CAPÍTULO II

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4 de Enero. 9.54AM.
Santander.

Hugo se encontraba en la sala de espera de la comisaría, rodeado de viejos compañeros y caras conocidas, que no hacían nada más que preguntarle cómo estaba, cómo llevaba su baja y qué estaba haciendo allí vestido de uniforme, que si volvía tenía que haberlo avisado con quince días de antelación. Cosas que Hugo estaba cansado de oír.

No se molestó ni siquiera en poner buena cara y mentirles, le tomaría mucho tiempo y mucha paciencia, cualidad que había perdido, si es que alguna vez la tuvo. Su cabeza estaba, inexplicablemente, en la chica que había denunciado la desaparición de su mejor amiga, que había resultado ser su compañera de piso.

Hacía tiempo que nadie hablaba de su hermana, ni siquiera él. Tampoco tenía con quién hablar de ella y prefería no hacerlo. Aunque habían pasado seis meses de su desaparición y la habían dado por muerta, él seguía pensando que estaba viva, pese a que su mente de policía le dijera que eso era imposible.

− Hugo, ¿por qué sigues aquí? −preguntó Iker, sirviéndose un café de la máquina. − ¿Necesitas que alguien te acerque a casa?

− No. −contestó borde. −Solo quiero saber quién es esa chica. −no apartó la vista de la ventana, observando la sala de testigos.

− Dice que es la mejor amiga de Mónica Núñez. −le contó.

Iker se acercó a la mesa, se apoyó en ella, mirando por la ventana y poniendo atención a la sala, igual que su compañero estaba haciendo. Hugo emitió una risita socarrona cuando escuchó la respuesta de su compañero.

− No puede ser su mejor amiga. ¿La has escuchado hablar? No es de aquí. Tiene que ser de Andalucía. −tragó saliva.

Recordar Andalucía todavía le producía un mal sabor de boca y le ocasionaba un nudo en la garganta que no se deshacía por más que tragaba saliva una y otra vez. Como si nunca fuera a desaparecer.

− ¿Por qué tienes algo en contra de los andaluces? −le preguntó Iker con una sonrisa. −Son los mejores del mundo.

− No lo son. −le respondió serio. − ¿Te recuerdo qué pasó con mi hermana?

Aunque no le gustara hablar de Lucía, tenía muy claro lo que había pasado con ella. Y, por supuesto, él tenía varias teorías sobre su desaparición. Todo pasó desde que volvieron de Sevilla, desde que su hermana pequeña se enamoró de un chico sevillano con acento que le prometía una casa en el barrio de la Macarena como si a ella le gustasen las vírgenes y los santos.

− Tu hermana no desapareció en Sevilla. −le contestó Iker, dejando el café encima de la mesa. −Y lo sabes. Tú mismo llevaste el caso.

− Si yo hubiera llevado el caso mi hermana estaría aquí. −le miró por primera vez desde que entró. −Y lo sabes. −repitió igual que él.

Iker rodó los ojos y suspiró, llevándose el café con él fuera de la sala. Sería mejor dejar a Hugo completamente solo, que se metiera en sus pensamientos tanto que se perdiera y los dejara en paz por unos segundos. Hugo había sido un buen policía, de hecho, casi el mejor que habían tenido en aquella comisaría, pero ya no lo era. Ni siquiera era un policía desde hacía tres meses. Al menos, uno que ejercía.

La muerte de su madre y la desaparición de su hermana con un mes de diferencia hizo que el Hugo León que todos conocían también desapareciera, también muriera. Incluso él mismo se olvidó de todo eso que le mantenía con vida. Mónica había sido un pilar fundamental para él desde siempre, pero se incrementó después de eso.

Perderla ahora a ella era como perder a otra hermana. Y no estaba dispuesto a hacer lo que había hecho con una, a tirar la toalla, a perderse de nuevo. Cuando ya estás perdido, no puedes perderte otra vez, solo te queda encontrarte. Y eso era lo que iba a hacer Hugo, encontrarse a sí mismo y encontrar a su mejor amiga. Sin importarle nada más que lo que quería.

− Hugo, ya sabes que no puedes entrar. −la mano de Iker le paró cuando quiso abrir la puerta de la sala de testigos.

− Déjame en paz, Iker. −le apartó la mano. −Quiero hablar con ella.

− Podrás hablar cuando salga. −le dijo serio. −Tío, no me hagas llamar a seguridad, ¿vale? −le puso una mano en el hombro. −Siéntate ahí. −le indicó una silla con la mirada. −Y pórtate bien. −se burló.

Hugo le obedeció, a regañadientes, no le gustaba seguir las órdenes de nadie, menos las de Iker, pero sabía que tenía que hacerlo, que el mundo funcionaba así. Reglas que tenía que acatar si no quería pasar de ser uno de los bueno a uno de los malos de aquella comisaría.

− ¿Quieres que te traiga un café? −preguntó su compañero.

− No quiero un puto café. −le contestó enfadado. −Quiero que esa andaluza salga de una puta vez y me cuente qué cojones hace aquí. −escupió con asco las palabras.

− Tienes que dejar ese odio a los andaluces a un lado si quieres estar en este caso. −Iker se cruzó de brazos y lo miró. −E ir a un psicólogo para mirarte eso.

− ¿Voy a estar en el caso? −preguntó esperanzado.

− Sí.

− ¿No era que tenía que anunciar mi llegada quince días antes? −preguntó confuso.

− Por suerte para ti tienes un buen amigo. −se señaló a sí mismo. −Lo que hago por ti... −negó con la cabeza divertido.

Iker y Hugo se habían conocido en la academia de policías y desde entonces habían sido buenos amigos. Era uña y carne, todos los casos lo resolvían juntos, uno era el cerebro y el otro el de la acción. Así funcionaban desde siempre, y, aunque Iker había seguido trabajando, no había conseguido un compañero igual que Hugo. Eran el dúo perfecto y tanto el uno como el otro lo sabían a la perfección.

Ambos sabían que para resolver el caso tenían que estar juntos y no perderse de vista en ningún momento. Justo lo que había pasado para que el caso de Lucía jamás se resolviera. Y Hugo tenía claro que Mónica no iba a ser su hermana. Lo tenía tan claro que se asustaba.

¿Por qué ahora sentía que podía resolver el caso? ¿Por qué Mónica sí y su propia hermana no?

Recuerda quién soyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora