CAPÍTULO VII.

16 3 1
                                    

5 de Enero, 4AM.
Santander.

Triana.

Me desperté con el sonido de la puerta del baño abriéndose. No sabía la suerte que había tenido al encontrar una habitación con baño propio, aunque tuviese que compartir estancia con tres personas desconocidas, dentro de todo lo malo que podía tocarme, había tenido hasta suerte.

Abrí los ojos, me pesaban los párpados como nunca. Ya conocía esa sensación, para mi mala suerte se había vuelto costumbre, cada noche la experimentaba al menos una vez. Los antidepresivos me ayudaban a dormir del tirón, pero los dejé. Las pesadillas no habían vuelto hasta esa noche. Supongo que extrañaba mi cama, mi habitación, mi ciudad.

Miré a mi alrededor, no podía moverme. El ambiente se había vuelto tenso, se notaba cargado. Escuchaba las respiraciones de mis tres compañeros de habitación, estaban dormidos, supuse que acostados cada uno en su pequeña cama, pero oía pasos acercándose desde la puerta del baño hasta mi litera. Miré de reojo, vi la silueta negra.

Esa silueta que me visitaba todas las noches, como si no quisiese que durmiera, como si quisiera mantenerme despierta. El corazón me latía rápido, como cuando te montabas en una atracción que te da miedo. Adrenalina. Ansiedad. Pánico. Eso sentía. No podía moverme, ni gritar.

Cerré los ojos, intentando tranquilizarme, pero volví a abrirlos cuando noté a la figura acercarse a mí. Dormía en la litera de arriba, pero la silueta era tan alta que llegaba a mi cara sin problema. No tenía facciones definidas, solo ojos y dos orificios simulando la nariz, en lugar de boca tenía un signo de interrogación. No era hombre ni mujer, solo una figura.

Alzó la mano, grande, con dedos largos y puntiagudos. Pensé que iba a tocarme, noté una gota de sudor corriendo por mi frente. Se llevó los dedos a su especie de boca y me mandó a callar con su índice en la interrogación. Se escucharon tres campanadas, como si fuera un reloj de cuco antiguo, y el sonido de una televisión encendida, sin canal.

Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos. La figura ya no estaba y yo podía moverme. Miré mi móvil, habían dado las cuatro y dos de la mañana. La puerta del baño estaba cerrada y mis tres compañeros dormían plácidamente en sus camas. Todo parecía estar normal, como si solo hubiera sido mi imaginación. Desbloqueé el móvil, se abrió Google como si me hubiera quedado dormida leyendo algo de Internet, aunque no fuese así.

El artículo de una tal Sonia de la Cruz se había abierto solo. Una desaparición de hacía medio año en Santander, muy parecida a la de Mónica, incluso a la de mi hermana. Terminé de leer el artículo y miré las fotos. Un Hugo con una mirada más triste que la de ahora miraba a la cámara de refilón, Iker estaba a su lado, de espaldas.

Pasé el dedo por encima de la foto, apareció otra. Una joven rubia de ojos azules, guapa y sonriente, fue lo que llamó mi atención. El parecido con Hugo era tan obvio que ni siquiera me sorprendí cuando leí el nombre bajo el titular de "desaparecida". Lucía León había sido declarada desaparecida hacía seis meses. Y entonces entendí por qué Hugo parecía un borde antipático, y empaticé demasiado con él.

5 de Enero, 8AM.
Santander.

Me había bastado una búsqueda intensiva durante un par de horas, parecía que Lucía León no tenía redes sociales como cualquier adolescente, eso o su hermano se encargaría de borrar los perfiles. Las redes sociales de mi hermana todavía seguían abiertas, no había sido capaz de adivinar su contraseña para entrar en ella y borrarla, tampoco es que quisiera hacerlo.

Su hermano tampoco tenía Instagram, ni Twitter. Supongo que lo típico de un tipo duro y borde e inspector de policía. No me di por vencida hasta que mis compañeros de habitación se despertaron, fue como si ellos me dieran el siguiente paso, si no me hubiera quedado atascada en el primero de todos.

Recuerda quién soyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora