CAPÍTULO I

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4 de Enero. 9.40AM.

Santander.

Triana.

Estaba tan concentrada en el libro que no me había dado cuenta que habíamos aterrizado hasta que me lo dijo la azafata. Bajé del avión y recogí mi maleta cuando salió por la cinta. La verdad es que nunca había hecho una locura como esta, pero Mónica se lo merecía.

Estaba tan preocupada por ella que ni siquiera habían pasado dos días desde que se fue de mi casa, sin dudarlo ni un minuto había cogido el primer vuelo a Santander, aunque no había pensado que no tenía ni idea de dónde vivía mi mejor amiga, y que esa ciudad no era Dos Hermanas ni Sevilla, no me sabía mover por allí, nunca había estado.

¿Dónde se va cuando no sabes dónde ir?

Supongo que la mejor opción era consultarle a un agente de policía lo que estaba pasando. Tenía esa intuición dentro de mí que sabía qué órdenes dar a mi cuerpo para que este se moviera solo, y aquella vez no me dejó tirada como pensaba que haría.

En menos de lo que pensaba ya estaba montándome en un taxi, intentando cubrirme de la lluvia y dirigiéndome a la comisaría del barrio donde ella vivía, porque solo sabía eso, su barrio y su gimnasio, pero no su piso. Ni siquiera sabía dónde quedaba su trabajo.

Lo que me hizo pensar que igual no sabía nada de ella, que quizás no éramos tan amigas como cuando lo éramos con quince años.

Le pagué al taxista, que me ayudó a bajar la maleta y me despedí de él. Entré en la comisaría en busca de alguna pista o alguien que me diera la suficiente confianza para hablarle.

Observaba a todos. Parecía que tenían bastante trabajo ese día, y eso que apenas eran las diez de la mañana. Iba a dirigirme a la recepción de la comisaría a hablar con la chica que atendía hasta que alguien decidió hablarme primero. Supongo que me verían cara de perdida.

− ¿Te puedo ayudar en algo?

Me giré para ponerle cara a aquella voz tan grave. Era de un hombre, no muy mayor, seguramente de mi edad o así, parecía bastante serio y traía una caja en sus brazos. Intenté mirarle a los ojos más de un minuto, pero evitó mi mirada, así no podía saber si confiar en él o no.

− ¿Eres sorda o qué? −me preguntó borde.

Traía el uniforme de policía puesto, así que era fácil saber que trabaja ahí. Y, aunque tenía cara de malos amigos, tenía que contarle a alguien lo que pasaba, lo que intuía más bien.

− Sí. −me aferré a la manilla de la maleta. −Estoy buscando a alguien.

− No me digas más. −se acomodó la caja a la cadera. − ¿Hugo León? −me preguntó.

− No. −negué. −Mónica Núñez España.

Vi cómo se le cambiaba la cara al segundo que mencioné a mi mejor amiga.

− ¿Para qué la buscas? −preguntó serio.

No sabía si me ha topado con el policía más antipático de toda la comisaría o es que tenía un mal día, pero desde luego la primera impresión no fue para nada buena, aunque eso no le importó para nada a mi cabeza, que me decía que debía confiar en él, casi ciegamente. Y yo estaba dispuesta, sin saber por qué a hacerle caso a mi cabeza o aquella voz interior que me decía todo lo que tenía qué hacer.

− Hugo, ¿todavía por aquí? −se acercó otro hombre a nosotros, esta vez uno más mayor. − ¿Le puedo ayudar en algo, señorita? −me miró.

− Estaba buscando a una amiga. −le comenté.

− A Mónica Núñez. −especificó el otro, pasando su mirada de mí a él.

− Acompáñeme. −me dijo el más mayor.

No sé por qué tuve que girar mi cabeza para buscar la mirada de aquel hombre tan borde, pero necesitaba que me dijera que podía confiar en él. Ni siquiera me miró cuando yo lo hice, así que tomé la maleta y me paseé con ella por todos los pasillos de la comisaría, siendo el centro de atención de todas las miradas de cada una de las personas que había allí.

El hombre mayor abrió una puerta de una sala y me dejó pasar a mí primero. No era una sala de descanso, desde luego aquí no estaba mi amiga. Reconocí la sala como una sala de interrogatorios, hasta tenía el típico espejo por el que miraban los demás policías al sospechoso.

Eso era exactamente lo que yo era en ese momento. Una sospechosa. Yo sabía que algo le había pasado a Mónica, pero no tenía ni idea de que cuán grave podía ser para que me estuvieran a punto de interrogar.

− ¿Cuál es su nombre? Siéntese. −me ordenó.

No le obedecí. Le miré con el ceño fruncido, realmente ofendida.

− ¿Disculpe? −pregunté elevando la voz. −No puede interrogarme, solo vengo a buscar a una amiga. No sé dónde vive así que he pensado en venir a preguntar a la comisaría de su barrio. −le conté.

− ¿Y por qué no prueba a mandarle un mensaje? −sonó burlesco.

− Lo hice, y no hubiera venido si me hubiera respondido. −me crucé de brazos. −Tenía que haber llegado hace dos días. −le confesé.

El hombre pareció relajarse tanto como yo cuando confesé lo que sabía, y se sentó en la silla, sin esperar a que yo hiciera lo mismo.

− Mónica Núñez ha sido declarada  desaparecida esta mañana. −me dijo.

Unos golpes en la puerta interrumpieron al policía, creo que era el jefe de la comisaría, porque todos le miraban con cierto respeto cuando se dirigían a él. Incluso cuando sonaron esos golpes fueron leves, como si les dieran miedo tocar más fuerte.

− Adelante.

La cabeza del hombre con el que había hablado primero asomó por la puerta, le hizo un gesto con las cejas para que saliera de la sala. Este resopló y me miró, se levantó de la silla y salió sin decir nada. Aproveché el quedarme sola para sentarme, y para preguntarme a mí misma qué hacía allí.

Si no me respondía tendría que haber llamado a su padre o a la policía, pero no haberme presentado en su ciudad, sin saber a dónde ir, qué hacer o a quién acudir. Si al menos su padre viviera aquí, todo sería más fácil. A veces hacía cosas sin pensar, como si me salieran solas, como si mi cuerpo supiera exactamente qué hacer.

Antes de que volvieran a entrar, esta vez ambos, yo ya sabía lo que me iban a decir. Que Mónica no estaba en la ciudad y que yo me tenía que ir a mi casa, pero no me iba a dar por vencida tan fácilmente, y, desde luego, no iba a volver a Dos Hermanas.

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