CAPÍTULO IX.

13 3 2
                                    

5 de enero, 12PM.
Astilleros, Santander.

Triana.

La tumba de Lucía León quedaba a la altura perfecta para que no tuviera que agacharme ni ponerme de puntillas, parecía que estaba puesta especialmente para mí. Pasé la manga de la chaqueta por la lápida para quitarle el polvo y aparté las flores marchitas para que pudiera verse más bonita, aunque dudaba que una tumba pudiera verse así.

− ¿Qué haces? −preguntó una voz cercana.

Me giré asustada. No reconocía al dueño de la voz, pero se estaba dirigiendo a mí. Tampoco es que hubiese nadie más en esa calle de nichos y tumbas, creo que no había nadie más en todo el cementerio. No un cinco de enero. Me sorprendí de que un día tan señalado como ese estuviera abierto.

− Limpiaba un poco... −titubeé al notar la mirada tan seria del hombre. −Lo siento, yo...

La mirada de aquel hombre misterioso me hacía sentir nerviosa, sobre todo porque parecía un loco que me podría atacar en cualquier momento, y nadie sabría nada de mí. Nadie sabía que yo estaba en este cementerio. Me entró el miedo al imaginarme que ese hombre podría haber sido el mismo que había secuestrado a Lucía León. Y me entró un escalofrío cuando pensé que compartiría lecho con ella en menos de unos segundos.

− ¿Es tu trabajo? −preguntó dando un paso hacia mí.

− No. −contesté tan seria como él, pero en realidad tenía miedo. −Estaba llena de polvo y... He pensado que a los familiares les gustaría...

− A los familiares les gusta que esté así. −me interrumpió. − ¿Quién eres? −preguntó frente a la tumba.

Yo no me había dado cuenta de que había retrocedido unos pasos mientras él había avanzado hasta quedarse en el mismo sitio en el que estaba yo antes, frente a la tumba de Lucía León. Me sentí más pequeña con la presencia de ese hombre, como si nadie pudiera verme. Enterrada entre las calles de nichos y tumbas.

− Solo paseaba por aquí. −mentí. −Me llamó la atención que tuviera tanto polvo.

− Ya.

No se creyó ni una palabra de lo que le dije. Lo supe porque había emitido una especie de risita irónica, de esas que, sin saber por qué, me recordaban a Hugo. Pensar en Hugo me hizo conectarlo a ese hombre, tan misterioso como él me había parecido la primera vez que nos vimos. Con el color de ojos exactos a los de él.

− ¿Es usted el padre de Hugo? −pregunté curiosa.

No me contestó.

− Soy Triana, una... Amiga. −volví a mentir. −Soy de Sevilla, he venido porque Mónica...

− ¿Así que conoces a mi hijo y a Mónica? −me preguntó interrumpiéndome.

No me importó que me cortara. De hecho, hasta se lo agradecí internamente porque no sabía qué más decirle. No era amiga de su hijo, solo de Mónica. Es más, su hijo no podía ni verme, y yo tampoco a él, para ser claros.

− Sí. −respondí. −He venido desde Sevilla a...

− ¿Y siempre vienes a limpiarle el polvo a la tumba de mi hija?

Noté algo de crispación en sus palabras. Estaba enfadado porque había tocado la tumba de su hija, lo supuse. Era normal. Una desconocida tocando... Lo más cerca que vas a estar de una hija muerta, supongo.

− No. Solo ha sido esta vez. Es que no puedo ver tanto polvo en un sitio, lo siento de nuevo. −me disculpé otra vez.

− ¿Hugo sabe que estás aquí? −preguntó pasando por alto mis disculpas.

Recuerda quién soyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora