CAPÍTULO X

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5 de enero, 1.30PM.
Santander.

Hugo y su padre no mantenían una buena relación. Ver a Luis le recordaba todo lo que había pasado, la muerte de su madre, la desaparición de su hermana, su baja del cuerpo policial... A Luis también le era algo extraño ver a su hijo, también le recordaba al pasado, pero de forma distinta. Recordaba las vacaciones en Sevilla, las comidas en casa de los abuelos cuando aún estaban vivos y las mañanas del día de Reyes.

Así que ver ese mensaje en el chat de su padre le extrañó mucho, sobre todo porque no solían hablar a menudo, ni solía ir a comer a casa de él. A la casa en la que se había criado, en la que había vivido con su hermana y con su madre. No podía entrar ahí y que no le doliera.

− Casi son las dos, Hugo. −le dijo Iker.

Hugo se había quedado embobado mirando el mensaje de su padre en la barra de notificaciones. Había ido a dar un paseo por el barrio de Mónica, a ver si encontraba algo que le llamase la atención, como le había pasado a Triana las otras veces, pero nada.

Eso de encontrar pistas en cualquier lugar era cosa de la chica y no de él. Pensó por un momento que sí podía hacer buen equipo con ella, pero tan solo fue un minuto.

− ¿No comes? −preguntó Iker levantándose de su escritorio y dirigiéndose al suyo. −Porque yo pensaba que comeríamos juntos como solíamos hacer.

Iker y Hugo habían estado muy unidos, eran uña y carne, la mejor pareja de inspectores de la ciudad, hasta de la comunidad autónoma, teniendo en cuenta que hablamos de Cantabria. Hacían todo juntos, los descansos en la comisaría se los tomaban a la vez, la hora del almuerzo era para estar aun más juntos y ponerse al día. Y cuando se acababa el turno siempre tenían ganas de irse los dos a tomar algo.

Pero eso era antes de que se retirara por una temporada. Unos meses que le habían servido para darse cuenta de lo solo que estaba, para darse cuenta de que los compañeros de la comisaría eran solo colegas del trabajo y no amigos de verdad.

Iker le había estado hablando las primeras semanas, pero el contacto fue disminuyendo conforme fue pasando el tiempo. Antes de navidades, Hugo no sabía nada de Iker y viceversa.

− Creo que voy a comer a casa de mi padre. −recogió sus cosas. −Le tengo que decir que he vuelto al cuerpo antes de lo que creía. −mintió.

Si fuera por Hugo, Luis no tendría ni idea de que su hijo había dejado el cuerpo. Hugo era tan reservado que no hablaba con nadie. Cuando estaba en el instituto y en la academia de policías no era introvertido del todo, hablaba con todo el mundo y se relacionaba con todos. Venía de familia, porque Lucía también había heredado eso de su madre. Se podía poner a hablar con un desconocido y quedarse dándole conversación media hora.

Hugo pensó que ese había sido el problema del secuestro. Hablar con desconocidos. Luego cayó en que igual no había sido un desconocido quien había secuestrado a su hermana. Y dejó de hablar hasta con su padre. Porque desconfiaba de todos, incluso de él mismo.

Cuando caía la noche y Hugo dormía, no era consciente de lo que hacía. Los sueños eran tan reales que tenía miedo de que fuera él quien secuestrase a Lucía, quien la llevase a ese zulo con manchas en las paredes de la humedad. Pero solo eran pesadillas. Pesadillas de las que se despertaba sin poder moverse del pánico.

− ¿Con tu padre? −preguntó Iker sorprendido. −Pensaba que no os hablabais.

− No sabes nada de cómo está mi vida ahora. −se levantó de la silla. −Tú y yo tampoco hablábamos. −le recordó.

Iker asintió con la cabeza y dejó que se marchase.

En cuanto Hugo dejó la calle de la comisaría, una llamada en el despacho de jefatura puso a todo el cuerpo patas arriba. Javi salió llamando a sus dos mejores inspectores, pero uno de ellos ya se había marchado. Solo quedaba Iker. Él ya había hecho interrogatorios solo, pero no era lo mismo.

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