Parte 8: La Profeta

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Los ángeles no se olvidan de nada. Sus mentes son como potentes discos duros en los que cada información recibida es ordenadamente almacenada y está disponible siempre para poder ser consultada. En ese sentido, podrían dar envidia a las inteligencias artificiales más complejas. Sin embargo, flojean a nivel de análisis y generación de nueva información, ya que son incapaces de ver dobles sentidos, relaciones indirectas o extrapolaciones complicadas. En ese otro sentido, y si estuvieran autorizados a ello, se pondrían verdes de envidia escuchando a cualquier humorista inteligente.

Crowley conservaba (a diferencia de la gran mayoría de demonios) la maravillosa memoria de los ángeles y salvo algunas lagunas artificiales originadas a raíz de su Caída, mantenía muchas cosas de sus recuerdos de ángel... y todos sus recuerdos de demonio. Encontró una cómoda madriguera semioculta tras un tronquito caído, y tras desalojar al indignado conejillo que la habitaba, se acomodó en el dormitorio de éste y enroscado, suspiró y apoyó la cabeza sobre las lustrosas vueltas negras de su largo cuerpo. Suspiró y dejó que su mente le llevara atrás en el pasado, muy atrás, mucho antes de las guerras mundiales, antes aún de que Roma dominara el mundo, antes de la prédica del Nazareno, antes del apogeo de los Pueblos del Mar, e incluso del nacimiento del poderoso Ramsés II...

... el sol era ya una bola rojo sangre ocultándose tras las polvorientas montañas, aunque aún así su calor abrasador quedaba en el aire como un recuerdo. Hacia el suroeste, muy a lo lejos, el Mar Muerto dejaba sentir su influencia de salitre robando la poca humedad que el crepúsculo podía generar en aquella tierra castigada por el calor. Con esfuerzo, los últimos rezagados ascendieron la última cuesta hasta el pequeño valle en el que un pozo permitía una modesta vida de supervivencia. Una enorme palmera marcaba el lugar como si se tratara de la única columna en pie de un templo arrasado, y alrededor de ella la gente se iba acomodando como mejor podía, sobre esteras, sobre mantas, o los más humildes, sobre el santo suelo. La mujer sentada en una piedra bajo la palmera parecía un elemento más del paisaje, hierática y silenciosa como una esfinge.

Entre los últimos en llegar, había un hombre con una ajada túnica crema que aún resoplaba por la dureza del último tramo del camino. Cedió el sitio que acababa de divisar a una anciana que caminaba tras él (en realidad podía haberle adelantado cómodamente subiendo la cuesta, pero se mantuvo detrás porque de este modo le cortaba el viento lleno de arena) y se quedó de pie con cara de fastidio, ya que estaba demasiado alejado para escuchar bien lo que la profetisa diría.

Crowley, con túnica de lana oscura y tranquilamente sentado en un buen lugar sobre una estera con la espalda apoyada en una piedra, le hizo una seña cuando miró en su dirección. Pidiendo mil excusas y perdón a todo el mundo por molestar, Aziraphale se acercó hasta él y se sentó en el hueco que le dejó el demonio.

- No esperaba verte por aquí... - comentó en rubio ángel secándose el sudor con un pulcro pañito que sacó de la manga. De repente se le ocurrió una terrible idea- ¿no habrás venido a tentarla a ella?

- Que? Nah... - el demonio sonrió y sacudió la cabeza- no, no, he venido porque conozco a la que ha hecho la demanda de juicio contra su vecino, y es de armas tomar... es un juicio de una mujer contra un hombre en el que además juzga una mujer, Débora. El hecho de que la propia Débora sea una profeta no es relevante en este caso...aunque lo hace más interesante, debo admitir.

- Que endiablado camino...- musitó el ángel mientras esperaban que comenzase el juicio- incluso siendo un... bueno, un ente sobrenatural, el suelo esta tan caliente que me quemaba los pies pese a las sandalias... y esa arena que parece lija...vaya lugar a donde se ha venido esta mujer...

- Y sin embargo, mira el llenazo de sus juicios... tiene fama de justa. Lo que me sorprende es que la escuche esta gente...

Aziraphale miró a su alrededor.

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