Parte 9: La trampa del escriba

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Crowley llegó bastante agotado al pasillo correcto tras deambular largo tiempo. Intentaba permanecer el mayor tiempo posible en los pasillos de los Bienaventurados que, si bien estaban despejados de ángeles, no siempre estaban vacíos de almas. Y cada alma pura con la que el demonio se encontraba, con su mera presencia, le hacía sentir lo despreciable y mezquino que era por haber sido expulsado del cielo y apartado de la vista de Dios. Fue un relativo alivio cuando por fin llegó al pasillo que comunicaba directamente con uno de los lugares más sagrados de la tierra ya que estos eran como una "sucursal" del cielo.

Naturalmente, estos pasillos ni estaban donde se creían ni los hombres los habían detectado todavía, pero dichos lugares habían sido elegidos personalmente por Ella para fines trascendentales en la Creación, por lo que los ángeles de mayor rango si conocían su ubicación. Se tomó un pequeño respiro cuando llegó allí y miró a su alrededor.

Aquel lugar era casi como suelo consagrado; sin embargo, al no haberse efectuado ningún ritual allí desde el principio de los tiempos, Crowley podía permanecer allí sin demasiado malestar. No obstante, no planeaba quedarse mucho tiempo, en cuanto localizase el libro lo cogería y saldría pitando. Y que luego el Metatrón viniera a buscarlo y se quedara alucinando cuando viera el puesto vacío. Por la cabeza se le pasó la idea de dejar en su lugar una revista erótica, pero la descartó de inmediato pues la ira de Ella podía caerle encima con todo su peso por una broma tonta, y desde luego no tenía ningún deseo de experimentarla de nuevo.

Tomando su forma habitual, caminó por el polvoriento corredor, en el que se notaba el peso de los innumerables años, iluminado sólo por tenues rayos de luz que se colaban como puñales por fisuras en la piedra. La arena finísima del suelo brillaba allí donde la herían los rayos de luz, y el silencio absoluto era sobrecogedor, ya que el demonio se había olvidado incluso de respirar al hallarse en aquel sagrado lugar. Estuvo andando durante un tiempo que no fue capaz de determinar, sintiendo como si su cuerpo y su mente se fueran separando, como si su parte física fuera pesada y quedase anclada a la tierra y su alma pudiera elevarse a los cielos como una vez...

Bruscamente, se detuvo. Había llegado a un arco de piedra cerrado por una doble puerta también de piedra. Tallado en la misma, líneas sinuosas doradas recorrían la roca. Formando un dibujo, un libro. Dibujo que ya había visto en otro lado.

- "Y como diablos voy a pasar?"- se preguntó. Sin embargo, al acercarse, la puerta giró sobre sus goznes y se abrió sola.

El demonio se quedó boquiabierto al contemplar sobre un descomunal atril al final de la sala lo que había venido a buscar.

- Pues va a ser que no me lo voy a poder llevar como no pida una grúa...- acertó a decir. Y es que el libro en cuestión medía más de cuatro metros de alto por casi dos de ancho, y era tan grueso que el demonio con los brazos estirados no podría tocar los dos lados del lomo.

Emanaba una suave luz, cálida y reconfortante. Sin saber muy bien por qué, a Crowley le atraía como a un niño el abrazo de su madre cuando súbitamente sintió que no estaba solo.

- Justo como esperaba – una voz algo cascada pero firme le hizo darse bruscamente la vuelta. El Escriba, con todas sus alas desplegadas y un báculo en la mano, estaba delante de las puertas, bloqueando la única salida de aquel lugar- Sabía que, dados tus antecedentes y tu poca prudencia, lograrías escapar del confinamiento en el cielo, deducirías que mi plan es cambiar el Libro de la Vida y tratarías de detenerme. Y por eso ahora yo me voy a encargar personalmente de ti... Aziraphale es un ángel muy voluntarioso, pero excesivamente compasivo. La piedad no es una virtud que deba gastarse con seres abyectos como tú.

Crowley enseñó un colmillo en una fiera mueca. Respondiendo a la amenaza del Escriba, sus alas negras también se desplegaron, y su fibroso cuerpo se puso en tensión, listo para luchar.

- Que bonito discurso... Me recuerda a una peli de James Bond...- él no tenía ningún arma, y si ese báculo estaba santificado, como se imaginaba que así sería, su mero contacto con la piel le causaría quemaduras como si fuese un hierro al rojo- esas palabras son muy feas, ¿no crees? Tal vez podríamos hablarlo tranquilamente... tomando un café.

A medida que hablaba, iba tomando posiciones, esperando que el Escriba hiciese el primer movimiento. Dejaría que él atacase primero.

- Un ángel del Señor no confraterniza con un esbirro del Padre de las Mentiras- sin previo aviso, el Metatrón desapareció para aparecer justo detrás de Crowley, golpeando con fuerza su sien con el báculo.

Sin embargo, Crowley estaba muy acostumbrado a ese truco, pues era uno de los favoritos de Hastur. En cuanto dejó de ver al ángel en su lugar, simplemente se agachó, por lo que el arma del Metatrón tan solo golpeó el aire. Por el contrario, estiró una pierna con fuerza, pateando los tobillos de su rival y haciéndole perder el equilibrio.

Con un movimiento fluido y flexible, se irguió y arrebató de las manos del ángel el báculo, al tiempo que su ala derecha, provista de una garra en el pulgar, pasaba por delante de la cara del ángel provocándole un largo corte en el pómulo.

Saltó hacia atrás en posición de guardia escudándose con el báculo mientras el Metatrón profería un grito de rabia.

- Estas oxidado, vejete... Ninguno de vosotros, estirados bufones, tenéis ni idea de cómo son las peleas salvajes allí abajo- dijo, con una sonrisa amarga- Déjalo ya o te vas a hacer daño...

El Escriba hizo un gesto autoritario y el báculo comenzó a brillar con luz celestial. Las manos del demonio comenzaron a humear. Sin embargo, Crowley siseó con rabia y la luz se volvió negra y entreverada con líneas rojo sangre. Los ojos del demonio serpiente destellaron con maldad.

- No me pongas a prueba, Metatrón. Tengo ganas de hacerte pagar por lo que estás haciendo, pero no es destruirte lo que deseo...- se adelantó, caminando con cautela un par de pasos, mientras el ángel retrocedía tocándose la sangre de la cara.

- ¿Cómo te atreves a herir la sagrada carne de un ángel, tú, engendro del pecado? Tu avaricia de poder apesta como la sangre podrida...

- Y como te atreves tú a corregir la obra de Ella, estúpido soberbio? – cegado por la rabia, Crowley estuvo a punto de echarse encima del ángel- ES QUE NO VES QUE VAS A PERDERTE Y A PROVOCAR QUE ÉL SE PIERDA?!!!!

Casi de rodillas ante el furibundo demonio, el Metatrón levantó la cara hacia Crowley. Pero no había súplica ni miedo en su rostro, sino que estaba sonriendo triunfal. Sus ojos no miraban las llamas en las que se habían convertido los iris amarillos del demonio, sino más arriba, al techo. Al pentáculo sagrado que había dibujado en el techo de la sala, y del cual sabía bien que Crowley no podía salir jamás.

El Jardín SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora