Parte 2: Prisionero del cielo

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Blanco. Paredes, techo, suelo... Blanco. Luz blanca tamizada que venía de algún lugar difuso. Blanca la túnica basta que le habían puesto en lugar de su ropa. Blanco era el pilar con forma de cruz colocado en medio de la sala vacía al que tenía sujetos las piernas y los brazos, y blancas las correas que inmovilizaban sus alas manteniéndolas sujetas al techo. Dios, como odiaba el blanco... Lo único que destacaba en la sala era su propio cabello rojo, como una llama rebelde en el vacío albo de la sala.

En la eternidad del cielo el tiempo se diluye como una pizca de sal en un lago. No podía precisar cuanto tiempo llevaba allí. Creía que no demasiado, tal vez una media hora, aunque en aquellas circunstancias bien podían haber sido varios años. Gritó con rabia una vez más. Su voz era lo único que rompía la blanca monotonía del lugar.

- EH! PEDAZO DE MAMONES!! QUIERO HABLAR CON AZIRAPHALE! Que he hecho ahora que no haya hecho ya antes?!! ME ESTAIS OYENDO?!!! SACAROS LA P*TA P*LLA DE LAS OREJAS Y TRAERLE AQUÍ!!!!!

Naturalmente, aquella vez tampoco sirvió de nada. Nadie acudió, ni para escucharle ni para exigirle que se callara. Había probado por las buenas, pidiendo con educación una audiencia o lo que fuese. Luego se cansó y empezó a soltar por su boca todas las blasfemias habidas y por haber, para que aunque fuese viniera alguien a hacerle callar. Con el mismo resultado. Así que ahora gritaba para no volverse loco. Y es que no podía entender qué diablos había pasado, por qué el que creía su amigo le había dado caza para llevarle a esa situación. Necesitaba desesperadamente una explicación, una razón, un por qué. Y lo único que tenía era aquella vomitiva blancura.

Rememoró una vez más los detalles de su captura para entretener la mente. Aunque sentía como la ira hervía dentro de él, recordó como aquel enorme Dominación de mandíbula cuadrada le había derribado con una patada en las corvas y un empujón en los riñones, y antes de que pudiera siquiera revolverse, le había puesto una rodilla en el centro de la espalda, mientras varios ángeles más le engrilletaban con cadenas bendecidas los tobillos y las muñecas a la espalda. Con un golpe seco entre los omóplatos le habían forzado a sacar las alas, que habían procedido a asegurar con correas también para que no pudiera desplegarlas. Incluso le habían puesto una mordaza que le impedía desplegar sus colmillos venenosos en posición de ataque (y que pensaba usar como último recurso, seguro de que los ángeles no esperarían que pudiera utilizar el veneno en esa forma)

Recordó como al llegar en ese estado al cielo le habían despojado de su ropa habitual con un simple milagro y examinado de arriba abajo. "Como en la cárcel" había pensado..."Que puñetas estarán buscando estos anormales? Acaso creen que tengo un arma que ponga en peligro a un ángel? Se piensan que llevo la lanza de Longinos en el pantalón o algo?"

- Eso no es ninguna lanza, monada – le siseó al ángel que, asistido por otros cinco, le estaba registrando- Es mío propio, y veo que te está gustando más de lo que debería...- susurró con malicia

El ángel le miró con expresión insulsa y le soltó una bofetada antes de seguir con su trabajo.

Furioso por todo lo ocurrido y especialmente por el sinsentido de la situación, que le abrasaba por dentro como un cuchillo al rojo, gritó de nuevo preso de la rabia.

Azorado y presuroso por los pasillos del cielo, un ángel emisario llegó hasta las puertas donde cuatro guardianes cerraban el único acceso a la sala donde estaba retenido el demonio. El de mayor rango se adelantó y realizó un elaborado saludo.

- Gloria a Ella. ¿De que tienes que informar, emisario?

- Gloria, gloria –respondió con prisa- ha ocurrido un terrible error. Hay que trasladar al prisionero a la voz de ya al módulo seis. El arcángel supremo está que echa chispas...

- ¿Al seis? ¿Al módulo recién creado? – el ángel guardián se rascó el mentón- No conozco a nadie que sepa a ciencia cierta lo que hay allí, pero se rumorea que el séptimo círculo del infierno parece un hotel de lujo si se compara con lo que hay en el módulo seis...

- No hay tiempo que perder. El propio arcángel supremo va a comprobar que se han llevado a cabo sus órdenes en menos de media hora – repuso preocupado el ángel emisario mientras se retorcía las mangas de la túnica- Está de un humor de perros porque ha visto la bandeja de entrada de las peticiones fervorosas a San Miguel... bueno, la bandeja no la ha visto, porque está enterrada al fondo de su despacho que ya sabéis que está tan desbordado de papeleo que no se puede pasar...

- Organizaré de inmediato el traslado de esa perra histérica. No ha parado de aullar y blasfemar desde que está aquí...pero no hemos intervenido porque hay órdenes expresas de no hacerlo. A ver si en el módulo seis tiene las santas narices de gritar lo mismo...

Los demás ángeles celebraron con risas la ocurrencia de su superior. Al emisario el módulo seis no le parecía tan mal lugar después de cómo había visto ponerse a Aziraphale.

Arrastrando los pies, Crowley caminaba por un larguísimo pasillo blanco flanqueado por seis ángeles armados con lanzas y espadas. El peso y la colocación de las cadenas que llevaba, y que sujetaban los seis, habría sido suficiente para frenar a un príncipe del infierno... ¿a que diablos venía tantísima seguridad? Trataba de memorizar el camino mientras le trasladaban a otro lugar desconocido, esperando encontrar un hueco en la seguridad, pero por alguna razón, parecía que ahora el cielo hacía bien las cosas.

- ¿Dónde me lleváis? Aziraphale dijo que quería hablar conmigo... exijo verle... oh, vamos!! Decidme al menos de que se me acusa ahora! La última vez no parabais de repetirlo!

Lo cierto es que era como hablarle a las paredes. Los ángeles no parecían oírle, ni tampoco le miraban de frente, pese a que le mantenían estrechamente vigilado. Intentó dejar de caminar, pero siguieron tirando imperturbables de las cadenas. Si no quería que le arrastraran por el suelo como un saco de patatas, no tenía más opción que seguirles. Tras caminar lo que pareció una eternidad, por fin el pasillo manifestó algún cambio. A lo lejos, empezaba a verse una puerta doble de metal claveteado. Una sensación indefinida de inquietud empezó a invadir a todos los presentes. Poco a poco, a medida que se aproximaban, se empezaron a dejar oír sonidos que bien podían ser la causa de esa inquietud. Voces disformes quizá suplicando o tal vez tarareando, con ese registro que solo logra dar la locura más absoluta, gruñidos que solo podían venir de las gargantas de engendros espantosos nacidos en pozas oscuras de barro y sangre, chirridos de maquinaria pesada tan vieja que para continuar en funcionamiento necesita magia prohibida alimentada con dolor...

Los ángeles se pararon como si se hubieran puesto de acuerdo a cinco metros de las puertas, grabadas en su totalidad con rostros que parecían querer escapar del metal herrumbroso para huir de la más inhumana agonía que expresaban sus rasgos deformados. De debajo de las puertas rezumaba un líquido apestoso que parecía poseer vida propia, arrastrándose hacia los pies de los ángeles.

Con todas las plumas de punta, pero sin dejar de amenazar la garganta del demonio con sus armas, los ángeles cubrieron a uno de ellos, que procedió a liberar al asustado demonio de todas las cadenas. Las puertas se abrían lentamente como fauces, revelando una negrura monstruosa que reclamaba al prisionero.

- Entra. Vamos – ordenó secamente, aunque no pudo disimular del todo el temblor de la voz. Lo único que quería era salir de allí y no volver nunca más.

- N....no.... – Crowley, pálido, intentó retroceder. Los ángeles se lo impidieron clavándole las armas en la espalda y el trasero.

- ENTRA AHORA, SERPIENTE MISERABLE!

Temblando, el demonio dio un par de pasos en dirección a la puerta. Y la negrura lo absorbió en un instante, cerrando las puertas de golpe. Un grito desgarrador e inhumano hizo que los ángeles salieran si no corriendo por su estricto entrenamiento, si francamente deprisa de allí.

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