7- ¿Es cierto?

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¿Es cierto?

Emma no tenía idea cómo había logrado evadir a Sara tanto tiempo, pero con la llegada de la última semana de trabajo antes del verano, se dijo que podía empezar aplaudir haber salido victoriosa de esa contienda, aunque había un saborcillo agridulce que chocaba con la sensación de celebración. El saborcillo que a veces le quedaba después de que los encuentros entre ellas se sucedían, y nada sucedía en realidad. Al parecer, quería perder por una vez cuando menos.

Como aquella ocasión en que coincidieron en el ascensor y se sintió atrapada entre las paredes metálicas, nada más cerrarse las puertas. Emma se posicionó en uno de los laterales vigilante, casi a la defensiva. Sara, por el contrario, se paró del otro lado, con una postura muy cómoda y se batieron a duelo durante los treinta segundos que duró el viaje hasta la planta tercera. El cuerpo de la joven en una postura para nada tensa, más bien distendida, no hacía más que poner en evidencia sus intenciones. La sonrisa de Sara y la consiguiente mueca de desaire que le ofreció Emma a cambio, eran un clásico entre las dos, algo que solía suceder. Lo que no era un clásico fue la manera en la que la castaña se lamió los labios y como Emma ya no pudo apartar su vista de ellos por el resto del viaje. Su respiración se aceleró de inmediato y le temblaron los hombros producto de la tensión. Se moría por probar esos labios otra vez. Cada día más.

Cuando las puertas se abrieron, Sara pasó primero y le susurró un desvergonzado "Ha sido un placer". Emma se sintió abrumada por esa audacia de Sara y por su propia incapacidad para vengarse. Por la imposibilidad de poner a esa descarada en su sitio. Y no quería hacerlo con palabras, no. Quería hacerlo a mordiscos, tenerla a sus pies a base de calor y saliva. Estaba tan encendida cuando entró a esa reunión que tuvo que hacer el mayor de los esfuerzos para moderarse y concentrarse en la conversación.

"Te estás poniendo azul de lo que te reprimes"

El mensaje que recibió de la castaña mientras estaban en la reunión, no ayudó para nada a calmar su apetito. No le respondió hasta que estuvo en un lugar más controlado, como era su despacho.

"Córtate un poco, ¿quieres?"

"¿Eso es lo que quieres?"

"Vete a la porra".

Emma era incapaz de pedirle que para de una vez porque disfrutaba de la atención de Sara. Mentira, le encantaba esa atención. La encendía completamente. Deseaba no tener restricciones y dejarse llevar, pero los intercambios superficiales que tenían la contentaban un poco, aunque también le hacían sentir insatisfecha y culpable.

Era por eso que había continuado con sus planes iniciales para el verano, y había cogido vuelos y hoteles a Grecia, para ella y para su novia. Una semana en algunos puntos de los menos conocidos de la zona más insular del antiguo imperio que eran casi paradisiacos. Y, aunque planeaba esas vacaciones con su novia sin pensárselo mucho, no estaba segura de querer llevar la caja con el anillo que había comprado para la ocasión antes de reencontrarse con Sara.

Sara había abierto una herida de dudas en su corazón, una herida que aún persistía, a pesar de que ella la había cauterizado a fuerza de darle mayor peso a todo lo que había vivido con Inés. Se conocían desde hacía tiempo y, a pesar de que la relación no había tenido el mejor punto inicial, se sentía a gusto con ella. ¿Cómo era posible que hubiera alguien mejor para ella que la mujer con la que se había querido por tanto tiempo?

Sin embargo, Pablo y su "No hay necesidad de apresurarlo" comenzaban a oírse cada vez más en su mente cuando pensaba en el anillo. Por Sara, pero también por esas pequeñas cosas que, quizás, no había conseguido resolver completamente.

Le faltan días al veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora