9- No puedes hacerlo

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No puedes hacerlo

Pablo miró alrededor y notó la ausencia de inmediato.

-¿Ves a Emma? – le preguntó a Juanjo.

-No, no la he visto – le respondió el chico - ¿Dónde estaba?

-En la barra...

-Salió recién – Nacho, el novio de Juanjo, intervino – bueno, creo que la vi salir recién por la puerta lateral.

-¿Se marchó? – Pablo contuvo la siguiente pregunta a la mueca afirmativa de Nacho. Miró de nuevo alrededor.

-¿Qué pasa? – le preguntó Juanjo - ¿Por qué se fue sin saludar?

Pablo hubiera querido decir que nada, pero un comentario de Raúl contestó a la pregunta que le rondaba en la cabeza.

-Sara no está – dijo el asistente - ¿No estaba en la barra?

-Sí, pero ya no – comentó Rafa.

-Déjala – Sergio que conocía mejor que cualquier de ellos a Sara – Tenía una mala noche.

-Pero podría haber saludado al menos – rezongó Rafael.

-Voy a enviar un mensaje por el grupo – comentó Raúl – veo que ustedes también han perdido un miembro.

-Emma sale mañana de vacaciones – comentó Pablo – quizás no quiso trasnochar.

Le estaba cubriendo las espaldas y lo sabía. No era propio de Emma marcharse así, y qué también faltara Sara no le daba buena espina. Sus sospechas estaban cada vez más claras. Tenía una visita urgente que hacer al día siguiente.


Sara arrastró a Emma por la ciudad aprovechando las esquinas con tráfico para besarla, para abrazarse contra ella, demasiado consciente de que lo necesitaban las dos. Cuando alcanzó su portal y lo abrió se miraron un segundo, como se esperaran que algo cambiara, pero Emma respiró agudamente y con un quejido casi angustioso, la tomó del rostro y la besó, empujando con su cuerpo hacia el interior. De ahí en más no hubo ninguna pausa más.

Entraron a la casa y la ropa empezó a abandonar sus cuerpos nada más se cerró la puerta. La chaqueta y camiseta de Emma terminaron en el suelo cercano al sofá, el vestido de Sara sobre la mesa de la sala, y por el pasillo hasta la habitación quedaron el pantalón de Emma y el calzado de ambas. Para cuando llegaron a la cama, ya había varias marcas de lujuria en la piel del cuello de Sara, como en los hombros y el pecho de Emma. Marcas visibles que mostraban un hambre irracional y desatado.

Se miraron. Nunca se habían visto desnudas del todo y estaba a punto de suceder, así que necesitaban ver cada centímetro de la piel de la otra. Despacio, casi tortuosamente, Emma le quitó el sujetador a la castaña. Sara se apoyó en la cama y se dejó abrasar por los ojos calientes de Emma, verdes y de fuego. Salvajes. La oyó bufar mientras la miraba y nunca se había sentido tan deseada, ni siquiera por la propia Emma en aquel agosto. Las manos de la rubia caminaron por los brazos de Sara, y la castaña se estremeció al sentir las uñas de Emma dejar una huella por dónde pasaban.

Emma se hincó en la cama y se movió hacia el cuerpo atlético y atractivo que la esperaba justo hacia donde avanzaba. Se dejó caer sentada sobre él y Sara aprovechó para ser ella la que le quitara el sujetador a la rubia. Las dos gimieron cuando sus cuerpos encajaron y Sara sostuvo a Emma contra ella, apretándola desde las caderas. Emma se tomó algunos segundo para acariciar el rostro y el cuello de Sara, y enredó sus dedos en su pelo. Con un suave tirón, la obligó a exponer su rostro. Mordisqueó los labios de la chica y se movió sentada sobre ella.

Le faltan días al veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora