12- Es lo único que quiero

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Es lo único que quiero

Emma salió del ayuntamiento a las dos de la tarde y permitió que Pablo la llevara a su piso. Estaba claro que quería saber más. Se había contenido durante todo el tiempo en que estuvieron trabajando para no mencionar el tema delante de Juanjo. Sabía que si Emma quisiera hablar de ello, ya lo hubiera mencionado. El silencio indicaba que no había que hablar de aquello con nadie más todavía.

Una vez dejó a Juanjo en su casa, Pablo la miró a través del retrovisor, esperando que dijera algo.

-¿Qué? – le preguntó Emma haciéndose la difícil.

-No seas cabrona – le respondió su amigo.

Emma se rió – Vale, señora cotilla – dijo, haciendo una pequeña pausa – Viene a casa en una hora para que hablemos, pero todo bien.

-¡Lo sabía! – exclamó Pablo.

-¿Y si lo sabías, por qué preguntas? – quiso saber Emma.

-Por confirmar y porque quiero detalles, obviamente – contestó el chico. – Pero es que era obvio, muy obvio – repitió. – Bastaba con ver la cara de orgullo que se le quedó cuando les explicaste la incidencia a los demás.

-¿Qué cara? - Emma intentó moderar su emoción, pero a Pablo le quedó claro que estaba muy interesada.

-Ay, pero si te brillan los ojitos...

-¡Va! ¡Venga!– Emma se quejó, pero repreguntó - ¿De qué cara hablas?

-Cuando te giraste a hablar con Maite y Raúl sobre los picos de estrés de la lámpara del cuarto cuadrante – le contó Pablo – se le caía la baba a la chiquilla.

Emma sonrió de medio lado, aguantando como pudo la satisfacción que le causaba la historia – Pues espero que no lo notara nadie más porque se supone que debemos disimular por un tiempo.

-Entre tu sonrisa y sus babas, ese secretillo no durará mucho – comentó Pablo - y si se siguen perdiendo por el lavabo, peor aún me lo pones. Alguna vez alguien va a querer usarlo, y ya verás...

-Supongo que a partir de ahora ya no hará falta perderse en el lavabo – contestó Emma reprimiendo más la sonrisa, pero sin éxito.

-Claro, vendrás comida de casa, ¿no? – Emma golpeó a Pablo por el comentario, pero ambos se rieron con diversión y complicidad. Todo se sabe viviendo tres años juntos. Se conocían bien.

-Fuera de bromas, debemos mantener las distancias porque, aunque Sara no picó en el anzuelo de Maite, ella no se está tomando del todo bien el tema del rechazo – aclaró Emma – o eso entendí. – Miró a Pablo – así que mejor no tentar al destino.

Pablo se quedó en silencio un momento y finalmente agregó - ¿Qué crees que nos dirá Amadeo si perdemos nuestro primer proyecto por mojar con la becaria?

-¡Calla! – Emma se rió después de la pregunta, pero también se preocupó.

Amadeo era el tutor de Pablo y, a veces, también un gilipollas de los que no vale la pena lidiar. Él les había conseguido el proyecto con Maite y ellos sentían esa presión. Afortunadamente para ella, su tutor había sido Borja, y gracias a eso no tuvo que lidiar con los desplantes de Amadeo. Borja podía ser un poco pesado, pero la apreciaba y la cuidaba. De su lado, tenían a Juan Ramón, el director del departamento, quien siempre les echaba una mano siendo doctorandos, y más ahora que ya eran parte de sus trabajadores con todo derecho.

Todo este enredo amoroso le había hecho olvidar que había un proyecto, financiamiento y una universidad de renombre por detrás. No podían quedar mal. En circunstancias normales, su relación con Sara no hubiera significado nada, pero con Maite dando vueltas en plan paranoica ella no sabía muy bien cómo podían salir las cosas.

Le faltan días al veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora