1. Encuentro

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Dos años atrás.

El aire fresco golpeaba mi cara y alborotaba mi cabello con cada paso que daba. El cielo se había puesto muy gris, me daba la impresión de que pronto iba a llover, así que caminé más rápido para llegar a tiempo a casa.

Todavía me faltaban unas cuantas cuadras para llegar.

Hoy fue un día agotador y sólo quería tirarme en la cama a dormir. Trabajaba en casa de mi tía Arlette cuidando a mis primos, eran dos gemelos de ocho años llamados Hugo y Milo, y una niña de seis años de nombre Leia.

Eran alrededor de las seis de la tarde. Normalmente salía a las ocho, pero hoy salí un poco antes porque mi tía llegó temprano de su trabajo.

De repente, me puse nerviosa cuando me di cuenta de que estaba por pasar delante de la casa de Lysander.

Mi amor imposible desde que tengo uso de razón.

La última vez que lo ví fue hace unos días cuando se bajaba del auto con su papá y su hermano.

Se podría decir que vivía encerrado y no era muy sociable. Las ventanas de su habitación permanecían cerradas, nunca las abría. Ni siquiera las cortinas.
Nunca salía con amigos y jamás lo vi con una chica. Siempre andaba solo y con un semblante serio y lleno de amargura, como si tuviera hastío de todo.

Al principio me dió la impresión de que estaba enfermo o que tal vez era un chico demasiado tímido, por eso varias veces quise acercarme a él para intentar ser su amiga —obviamente después me olvidé de esas teorías absurdas—, pero no encontré ninguna manera que no fuera incómoda. Y es que no podía llegar a su casa así de repente, conversar y luego de la nada hacernos amigos. Entonces como no supe cómo acercarme a él sin fracasar, me resigné a por lo menos decirle un "hola".

Era inútil, no existía ninguna forma de que fuéramos por lo menos amigos.

Además no estaba segura de que él supiera de mi existencia. Tenía la sospecha de que sólo se la pasaba encerrado en su habitación, totalmente desinteresado de lo que lo rodeaba. Y para mí desgracia, nunca nos habíamos encontrado por la calle o en ningún otro lugar. Él solía salir cuando yo estaba en mi casa y viceversa. Parecía que el destino no quería que coincidieramos. Sonaba muy extraño que fuéramos vecinos y nunca hubiéramos cruzado ninguna palabra.

Pero así era.

Mi casa estaba en el comienzo de una esquina, del lado izquierdo estaba la calle y ocho metros más adelante se encontraba la casa de Lysander. Mi casa estaba del lado derecho y la de él del lado izquierdo. Ocho metros y veinte pasos nos separaban. El camino de su casa a la mía formaba una L. Como la inicial de nuestro nombre.

Y cada noche, miraba por la ventana de mi habitación hacia la suya para ver si alguna vez tenía la oportunidad de verlo, pero sólo veía el cristal y las cortinas azul marino. Me había acostumbrado tanto a ver lo mismo cada noche, que ya no me sorprendía.

Detuve mis pasos en la acera para coger un poco de aire, pues sentía que me estaba asfixiando. Me había apresurado tanto para no mojarme y sólo conseguí cansarme más. La móchila pesaba mucho y encima traía tres libros gruesos acurrucados en mi pecho. No podía con tanto peso sobre mi cuerpo.

Continué mi camino hasta que mi respiración se normalizó un poco. Unos pasos más adelante, sentí caer dos gotas de agua sobre mi cabeza.

Joder, los libros no eran míos y no podían llegar en mal estado.

Quise correr y sólo empeoró más las cosas. Pisé los cordones de mis tenis, que al parecer estaban desatados, y caí de rodillas contra la acera.

Los libros rebotaron un poco lejos de mi, justo cuando más gotas comenzaron a caer.

—¡Maldita sea!

Sólo esperaba que nadie me hubiera visto.

Entonces alcé la mirada para asegurarme de que así fuera, y descubrí que estaba justo enfrente de la casa de Lysander. El corazón se me aceleró cuando lo ví parado junto a la puerta. Y parecía que el tiempo se detuvo cuando nuestras miradas se cruzaron.

Estaba de brazos cruzados, sus ojos cafés me miraban con seriedad, su cara era de pocos amigos. Su cabello castaño lucía más largo y las recientes ojeras le daban un aspecto más cansado. ¿Qué estará pensando en este momento? Me mataba la curiosidad por saber que pasaba por su mente.

Su sola presencia emanaba misterio, curiosidad y secretos. Me hacía perder la paciencia porque llevaba tres años enamorada de él y aún no había descubierto casi nada sobre su personalidad o más. Me desesperaba el no saber algo más sobre él que no fuera su nombre y su edad.

—¿Se te perdió algo?

De repente, el tono antipático de su voz me sacó de mis agobiantes pensamientos. Por la forma en que habló supe que perdería muy pronto la esperanza de tener una amistad con él algún día. De seguro ni siquiera sabía que yo era su vecina.

Seguro que también debí quedarme mucho tiempo mirándolo como boba, y ahora no sabía que hacer. Quise murmurar un tonto y avergonzado «no», pero luego pensé que sería mejor no decir nada.

Así que, recogí los libros —que eso fue lo que debí hacer primero, en lugar de quedarme a observarlo— y corrí los pocos metros que me quedaban de la calle a la puerta de la cocina, aún con el punzante dolor que sentía en las rodillas.

Estando dentro, subi las escaleras trotando y cuando llegué a mi habitación, tiré los libros en la cama y me deshice de la móchila en el suelo.

Sólo esperaba que mi maldito error no me costara caro y que los libros se mantuvieran bien.

Jamás me imaginé que mi primer encuentro con Lysander sería algo como esto.

Y no me lo iba a sacar de la mente tan fácil.

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