2. Humillación

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Acomodé los pesados libros en el estante viejo donde los encontré, y solté un gran suspiro. Por suerte no se mojaron tanto y no llegaron a romperse. No fue nada que un trapo seco no pudiera solucionar.

Saliendo de la biblioteca me dirigí a la cafetería, hoy me tocaría comer sola porque mi mejor amigo Nash seguía enfermo. Pasaría a verlo más tarde cuando saliera del instituto.

Mientras esperaba que me dieran la comida, traté de ubicar un lugar donde pudiera sentarme a comer. Todas las mesas estaban abarrotadas por los demás alumnos y no había ni una sola que estuviera desocupada.

Solté una maldición cuando ví que una chica me ganó el único lugar disponible en la mesa de mis compañeros. ¿Ahora dónde me sentaría? ¿En el suelo? Quizá lo primero que debí hacer fue comer y después dejar los odiosos libros a la biblioteca.

Algo angustiada seguí buscando, hasta que mis ojos captaron enseguida un asiento vacío. La desventaja es que ese único lugar disponible que había, era en la mesa de mi hermana Aeris y sus amigas.

Ni modo, mi querida hermanita tendría que soportar sus propias rabietas. Así que tomé la bandeja de comida que me tendía la cocinera y después de agradecerle, caminé con resignación hacia una de las mesas del centro donde se ubicaban las tres. Aeris, que parecía tan concentrada en su conversación, giró la cabeza hacia mí y no tardó en darse cuenta de que me dirigía a su mesa. Era evidente por la cara de desagrado que había puesto.

Una vez que llegué, coloqué la bandeja en la mesa, seguramente sorprendiendo a las demás.

—Espero que no les moleste que me siente aquí con ustedes, chicas. Como podrán ver, la cafetería está llena y no encontré otro lugar donde sentarme.

—No hay problema, Luara. Siéntate —respondió Gemma. Le regalé una sonrisa y me senté al lado de Aeris, ignorando su mirada interrogativa.

—¿Qué estás haciendo? —habló Aeris alzando la voz, y podría jurar que media cafetería se calló al escucharla. Incluso varios nos dedicaron miradas curiosas.

—Aeris, baja la voz. Nos están mirando —susurró Gemma inclinándose en la mesa.

—Pudiste haber ido a comer a otro lugar, esta no es tu mesa y aquí no hay lugar para ti —pero Aeris no le prestó atención a las palabras de Gemma y siguió refunfuñando.

Ahora si todo se había quedado en silencio. Éramos el centro de atención y todo gracias a mi hermana. Estar justo en el centro de la cafetería no nos ayudaba en nada. Gemma apoyó el codo derecho en la mesa y se cubría la frente con la mano; Lina permanecía con la vista baja, probablemente mirando su celular sobre sus piernas; y yo estaba enfocada en la ensalada de vegetales que tenía delante de mí. Las tres estábamos claramente avergonzadas por el ridículo que Aeris estaba comenzando a hacer.

—No te preocupes, no me quedaré mucho tiempo. Me iré en cuanto termine de comer para no seguirte molestando con mi presencia —la miré por un instante y luego regresé la vista a mi comida.

Me llevé el primer bocado a la boca y traté de comer con calma, aún sintiendo el peso de la mirada furiosa que Aeris me dedicaba desde que me senté. Me sentía incómoda escuchando varios murmullos y sintiendo tantos ojos puestos sobre nosotras.

—Aeris, ¿qué vas a hacer? —escuché decir a Gemma algo preocupada.

Pensé que había salido casi corriendo de la cafetería echa una furia como era su costumbre. Iba a tomar un trago de agua, cuando sentí que un líquido frío cayó sobre mi cabeza, empapando mi cabello y gran parte de mi espalda. Me levanté completamente asustada y no me sorprendí al descubrir a Aeris de pie con dos vasos de malteada de chocolate en la mano.

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