𝟎𝟎𝟏|𝐋𝐚 𝐃𝐚𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬 𝐚𝐥𝐛𝐢𝐧𝐨𝐬

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Una pequeña adolescente albina lleva corriendo días, ¿Exactamente cuántos? No sabía, pero sus pies estaban lastimados y mal heridos, botaba algo de sangre y el miedo se apoderaba de ella.. 

Con ayuda de un viejo hombre, la albina había logrado salir del lugar al que conocía como «hogar» más que nada por haber estado viviendo ahí desde hace años, pero que ciertamente no lo era. Aquel día, cuando el amable hombre la había levantado antes de la hora habitual, le había mirado con ojos tristes y le había abrazado. Rashta no había comprendido el porque de ese agradable gestos por el hombre a quien ella consideraba su padre, pero cuando este le hizo mirarle, supo que algo no estaba bien.

Rashta, pequeña, escúchame bien— había pedido él, mientras le cubría con una manta vieja y sucia.— Quiero que cuando veas esa puerta abierta, salgas de aquí, ¿Entendiste? 

Rashta no entiende— había negado ella, ¿Por qué ese amable hombre quería que ella se fuera?.— ¿Padre no quiere a Rashta? 

Padre amada a Rashta, pero padre quiere evitar que algo malo le pase a Rashta— expresa el hombre mientras le da una abrazo —Hazme caso, por favor 

Rashta seguía sin comprender, no comprendía las cosas que estaban pasando, pero el hombre que siempre le había cuidado; y le había dicho que le quería como una hija, le estaba pidiendo que corriera libre, pero ¿Qué era libertad para ella? No lo sabía, no comprendía, pero obedeció. 

Fue en un momento, cuando uno de los hombre que estaba en la puerta se había ido, Rashta corrió. Sus pies descalzos se sentían fríos sobre la hierba y el suave viento que había, hacía que su largo cabello danzara. Solo volteo una vez, y fue suficiente para saber que el amable hombre, estaba en problemas.

—¡Corre Rashta!

Y eso hizo. Corrió, no se detuvo, ni siquiera cuando sus pies se habían lastimado, ni cuando había caído y su vestido se rompió, nunca lo hizo. Durante ese tiempo corrió, no había dormido y tampoco había comido. Pronto detuvo su andar, jalaba aire de manera irregular y trataba de mantenerse tranquila, su estómago dolía mucho, solo quería que ese incomodo sentir dejara de estar en su persona, así que al no escuchar algún ruido a su alrededor, se dejo caer en la hierba. Unos enormes árboles cubrían su cuerpo y suaves ruidos parecían amortiguar los quejidos que salían de ella. El dolor en su barriga aumentaba, y pronto sentía que algo caliente bajaba por sus piernas, mientras sus ojos comenzaban a cerrarse.

«No, Rashta no puede cerrar los ojos, hombres malos, hombres malos» pensaba para si misma. Sus manos sucias golpean suavemente su rostro, con el fin de mantenerla despierta, pero fallando miserablemente, pues pronto la oscuridad se había apropiado de ella y había dejado caer su peso, mientras su vestido se manchaba de sangre. 

 

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𝐑𝐚𝐬𝐡𝐭𝐚 𝐁𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora