𝟎𝟏𝟑| 𝐋𝐚 𝐞𝐦𝐩𝐞𝐫𝐚𝐭𝐫𝐢𝐳 𝐝𝐞 𝐨𝐫𝐨 𝐲 𝐞𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐜𝐮𝐛𝐢𝐧𝐨 𝐫𝐨𝐬

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Reynold terminaba de arreglar el moño que rodeaba su cuello. 

Ese día, su familia y amigos llegaban, y estaba emocionado. Habían pasado al menos unos cuatro meses desde que había llegado al imperio. Los primeros tres habían sido como una presentación a la sociedad; donde se le veía en los orfanatos, en los pequeños consultorios dónde ayudaba a las personas; incluso, había estado ayudando a los plebeyos en algunos temas. 

Su reputación había subido rápidamente, un reportero y un fotógrafo lo habían parado en algún momento y le habían pedido de que hablara con ellos, lo único que pidió fue que no saliera su rostro, no quería hacerse de una figura publica y lo que estaba haciendo, era ayudar y resguardar a su emperatriz y a las personas del imperio. 

Los periódicos hablaban de él, lo pintaban como el concubino rosa, ya que se consideraba que dicho color era la representación la ternura, el amor, el afecto y la compasión, gesto que todos veían al concubino. También, cada que lo veían; se sentían relajados, tan calmados en su presencia que los hacía sentir tranquilo y en paz, también, las personas que lo veían, si era de lejos o de cerca, podían sentir una atmósfera acogedora y armoniosa.

Las damas (nobles y plebeyas) estaban encantadas con el joven concubino, era tan atento y agradable que había hecho que su popularidad aumentará, algunos se habían sentido celoso y menospreciados por verlo, ya que era tan coqueto como el solo, pero era más hacía la emperatriz de cabello dorado y hermosos ojos verdes. Su juvenil carácter había hecho que muchos se sintieran alegre, como si fueran bendecidos por un aire fresco, con una alegría tan familiar que los hacía olvidar a veces, que era el concubino de la emperatriz, que era un noble y que también; era un maestro de la espada.  

Ahora, observa nuevamente el espejo y observa con cierta emoción el cuello alto de su traje, justamente donde la tela cubría las marcas que había hecho la emperatriz durante las noches previas. Desde el comienzo del mes, la regente lo había comenzado a llamar a sus aposentos y él lo había hecho, aunque la primera vez había estado nervioso. Nunca antes había estado con una mujer, de hecho Navier sería la primera vez, y cuando se lo había dicho; este mismo le había dado el control total y decir que se sintió decepcionado, sería mentir. 

Tocar las curvas que la emperatriz poseía había sido toda una experiencia encantadora, su aroma era tan refrescante y embriagante, y los gestos que poseía durante los procesos eran complacientes y gratificantes. Reynold tenía dificultades de evitar que su mente viajará hacía aquellas noches, dónde ponía ver el rostro sonrojado de Navier, donde podía alimentarse de sus redondos pechos (pechos que adoraba ver rebotar cuando la emperatriz se colocaba encima de él), también gustaba de apretar los suaves muslos de la gente, esos muslos cremosos que se vieron mordidos por él en varias ocasiones, incluso durante la jornada del día. 

Sacude la cabeza y trata de mantenerse tranquilo. Había sido difícil mantener la cabeza en un asunto aparte que no fuera la regente de cabello dorado y era porque en serio la deseaba a tal punto de que trataba de mantener la mente ocupada. 

𝐑𝐚𝐬𝐡𝐭𝐚 𝐁𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora