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Cuando Jeongin tenía dieciocho primaveras conoció a Hyunjin y Jisung, Príncipes del Imperio conocido como Silla.
¿Podía considerarse una casualidad? Jeongin era hijo de un embajador perteneciente a un reino vecino, enviado a Silla para establecer un tratado de cooperación con el poderoso Imperio en manos del Emperador Bang Chan, y su padre decidió que lo mejor sería que su hijo lo acompañara para instruirlo en aquella poderosa y famosa corte.
Jeongin pasó casi una luna en reuniones, aburrido, conociendo la ciudad con sus guardias y sirviente más cercano, Sejung. No fue hasta siete amaneceres antes de irse que conoció a los Príncipes Herederos al trono, los mellizos Jisung y Hyunjin, cuando llegaron de una misión consistente en acabar con una rebelión en las fronteras contra el Imperio.
Habían aparecido en medio de la cena, cubiertos de polvo, agotados, pero con sonrisas de triunfo. Jeongin no los miró demasiado, pues eran príncipes mientras que él era sólo el hijo de un embajador. Podía considerarse una gran falta de respeto por su parte.
―Changbin me ha enviado los informes ―dijo el Emperador Bang cuando los vio aparecer, la mesa quedando en silencio―, felicitaciones, han hecho todo bien. Ahora, saluden a su madre correctamente, apenas me ha dejado tocarlo por su culpa...
Todos contuvieron el aire cuando el esposo del Emperador, la Emperatriz Lee, le dio un manotazo en la nuca con una expresión fastidiada. Jeongin apenas había hablado con él debido a que se la pasaba en su recámara, pues estaba esperando al sexto hijo del Emperador: Jisung y Hyunjin eran los mayores, Chaewon les seguía con quince primaveras, luego estaba Jeonghan, con once y el último de los niños era Yunho, de cinco. Para todos fue una sorpresa que la Emperatriz anunciara su nuevo embarazo y debido a su edad se le consideraba de alto riesgo, pero el Consorte siempre descartaba todos los malos augurios con un movimiento de mano.
―Los dioses me bendijeron con el don del embarazo ―decía en respuesta, con el Emperador abrazándolo en todo momento―, nada malo pasará. Mis bebés están destinados a la grandeza.
Los Príncipes Herederos recibieron los paños húmedos que los sirvientes les ofrecían, limpiando sus rostros para caminar hacia donde estaban sus padres, besándolos en la mejilla. Jeongin había apreciado, en ese tiempo que llevaba allí viviendo, lo mucho que el matrimonio Bang se amaba y disfrutaban de la compañía con el otro.
―Van a comer enseguida ―dijo el Emperador―, si permito que vayan a sus recámaras, no volverán para la cena ―los mellizos pusieron expresiones culpables―, vengan, no importa si están sucios, déjenme presentarles a nuestras visitas...
Todos se pusieron de pie cuando el Emperador Bang se puso de pie -excepto la Emperatriz, que siguió comiendo como si nada, su estómago de cinco meses abultado- y su padre se adelantó. Jeongin agradeció que casi lo cubriera con su cuerpo, la verdad es que era muy tímido y toda esa situación le ponía de nervios.
