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Hubo un pequeño movimiento en su hombro, ligero y suave, y Chan creyó que no fue adrede. Eso era lo que se decía siempre ante el primer golpe, en un vano intento de seguir durmiendo, pues el segundo golpe era lo suficientemente fuerte como para despertarlo por completo, sin poder fingir que seguía durmiendo.
―¿Qué ocurre, Lix? ―preguntó, volteándose y viendo, a través de la oscuridad, los ojos brillantes de Felix.
―Tengo antojos ―habló el doncel, con la voz triste y llorosa―, tengo antojos de...
―Mochis. Sí, me lo imagino ―Chan se enderezó, un poco cansado―. ¿Te has despertado recién, amor?
―No ―Felix se movió y Chan pudo ver su abultado vientre de seis lunas gracias a la luz de la vela que había quedado prendida―, me duele un poco la espalda, Channie.
―¿Sólo la espalda? ―preguntó el Emperador con evidente tono de preocupación.
Hubo un momento de silencio, como si Felix lo estuviera pensando bien.
―Sí, sólo la espalda ―le aseguró―, ahora sólo quiero mis mochis...
Chan asintió con la cabeza, estirándose para darle un beso suave en la mejilla, antes de ponerse de pie e ir hacia las puertas. Abrió sólo para avisarle a uno de los guardias de turno que fuera a la cocina en busca de los mochis, seguro de que los cocineros habían dejado una guarnición en caso de emergencia. Desde que Felix comenzó con los antojos que solía comer aquellos pastelillos al menos tres veces al día. El mayor creyó que, con el paso del tiempo, esa necesidad iba a desaparecer, pero no había sido así hasta el momento.
Volvió a la cama, encendiendo ahora una lámpara para que el cuarto tuviera más luz. Felix estaba recostado otra vez, acariciando distraídamente su vientre, y Chan se acostó a su lado.
―¿Ha estado inquieto nuestro bebé? ―preguntó con cariño, recostándose de lado. Apoyó su cabeza en una mano, mientras que con la otra también le acarició la barriga―. ¿Quieres un masaje en tus pies o en la espalda?
―Ha pateado ―suspiró Felix―, y patea muy fuerte.
―Mmm ―Chan se estiró a darle un beso en la boca, sonriendo cuando sintió una patada del bebé―, ahí está, ¿eh? Parece que no le gusta que papá toque a mamá.
Felix resopló, pero había una sonrisa en su rostro. Una sonrisa de felicidad y alivio, porque al menor le encantaba sentir cuando su bebé pateaba. Su bebé.
El pensamiento estuvo a punto de arrancarle lágrimas de emoción. Cuando el médico Han le comunicó de su embarazo, Felix estuvo llorando largamente, con el corazón tan apretado por la felicidad y, aunque no quisiera admitirlo, tristeza también. Había algo de dolor en esa noticia, pues de manera inevitable, ese oscuro recuerdo se cernía sobre su cabeza como una nube negra. Estaba esa idea... "Puedo tener bebés, tendré otro bebé", que luego parecía ser aplastado por una creencia más fuerte: "lo perderé, como perdí a mi primer bebé". Felix sentía que, si lo perdía, iba a enloquecer.
