Prólogo

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Sentado en la Luna se encuentra un ser, su forma es difícil de definir pues cambia según el punto de vista. Está sentado en dirección a la tierra observando a un grupo de personas, una de ellas carga temeroso a un pequeño bulto que después de un tiempo se logra distinguir como un bebé. Caminan un largo rato por los inicios de un bosque y se detienen debajo de un árbol grande y frondoso para dejar en el suelo al pequeño envuelto en una cobija, al ver que no comienza a llorar las personas se retiran apresuradamente del bosque.

El pequeño permanece observando la copa del árbol sin hacer ruido. No pasa mucho tiempo para que un oso se acerque siguiendo el aroma del bebé que las rasfagas de viento llevaron hasta su nariz y con curiosidad olfatea al pequeño. La respiración y el movimiento incontrolable de la nariz provocan la risa del bebé, ante ese particular sonido el oso se espanta y a punto de pisarlo el ser que habita la luna se lanza estrepitosamente a la tierra, colocándose entre el oso y el bebé.

Siguiendo sus instintos el oso se levanta dejando ver sus enormes dientes, ante esto el ser de la Luna lo atrapa entre un montón de raíces más rápido que el viento. El ser que tenía el rostro de un ave y que antes de eso tenía la apariencia de un ocelote, ahora que ha cargado al bebé parece tratar de conservar una apariencia humana, seguramente para no asustar al pequeño.

Al tenerlo entre sus brazos observa sus pequeños ojos, uno de ellos carece de luz al ser grisáceo y opaco mientras que el otro es de un intenso color marrón, tan firme como el cacao. El ser despoja al bebé de la cobija y examina con cuidado su cuerpo —Naciste como un hombre de tu gente —le menciona sonriendo y el niño le corresponde con una sonrisa hecha de encías.

El ser, cuyas piernas ahora parecen ser las de una cebra, logra hacer reír al bebé después de un par de intentos fallidos y aprovecha la distracción del pequeño para imbuir de oscuridad su pequeño cuerpo. Poco a poco pelo rojizo crece alrededor de todo su cuerpo junto a una cola y pequeñas orejas, la transformación acaba hasta que el niño ahora es una diminuta ardilla. El ser, quien actualmente tiene escamas por todos su cuerpo, acomoda al roedor en la cobija y después de transformarse en una ave con pico de águila, ojos de halcón, cuerpo de búho y colores de un tucán para finalmente sujetar la cobija con sus patas para salir volando hacia los adentros del bosque.

A punto de amanecer desciende junto a un claro de agua y toma la forma de una persona para extender la cobija y regresarle su forma original al bebé. Tras asegurar su bienestar nuevamente lo envuelve y se transforma en algo parecido a un lobo, después aúlla tres veces consecutivas antes de emitir uno largo, anunciando su llegada. Avanza un par de metros con el bebé en el hocico hasta llegar a una pequeña civilización oculta en el bosque.

Los recibe un anciano de piel morena con la vista cegada, el resto de su gente inclina la cabeza ante el lobo y una vez que les responde el saludo deja en manos del anciano al pequeño —Estará a salvo con nosotros Luna mía, gracias por preocuparte —esboza con esfuerzo el anciano y el pueblo vuelve a reverenciar al lobo. Antes de retirarse lame el hombro del bebé dejando una marca, lo olfatea por última vez, corresponde la reverencia y se va.

El ser, cuyo aspecto ha cambiado de forma unas veintidós veces hasta ahora, regresa a la luna sin despegar su mirada de la civilización oculta en el bosque, satisfecho con lo que acaba de hacer. En cierto momento el mismo ser con el que se encuentra cada mañana lo interrumpe —¿Otra vez rescatando niños inútiles? —le pregunta la figura resplandeciente, que refleja y emana luz en iguales proporciones.

El ser suspira sabiendo que la figura no se detendrá hasta recibir una respuesta, por lo que ignora su comentario y cambia de tema —¿Has notado que un espíritu negativo ha estado fortaleciéndose? —la figura resplandeciente, quien ahora refleja tonos fríos, responde un tanto molesto —Es bastante obvio —pausa para tratar de regresar su brillo a los tonos cálidos que acostumbra — Pero recuerda que no debemos entrometernos más de lo que ya hacemos. Después de todo nuestro trabajo es cuidar de los muertos, no a los vivos —decepcionado el ser regresa a su lugar en la luna cambiando sus rostros y cuerpo más veces que antes.

La única forma que tengo de verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora