Capítulo 2

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Ser una bruja en un bar repleto de hombres lobos desconocidos la debería haber puesto con los nervios de punta. No sería bienvenida si ellos supiesen lo que era. No es que la hubieran saludado con sonrisas anchas y brazos abiertos. Las miradas de reojo hablaban de cautela y curiosidad. Sin embargo, en lugar de preocuparse por posibles hostilidades, se sentó cavilando ante su cerveza en una pequeña mesa redonda en un rincón oscuro.

No es que no estuviera preocupada. Mierda, ahora mismo podría redefinir la palabra. Pero por motivos completamente equivocados. La puerta se abrió, dejando que una ráfaga de gélido viento invernal se arremolinara por la habitación, y su cabeza se levantó bruscamente. Observando, esperando para ver quién atravesaría la abertura. Su suspiro de alivio estuvo fuera de lugar considerando su misión.

Encuentra a Caleb. Tráelo a casa.

Ella recordaba la orden del Alfa. Usa cuanto sea necesario. Se le retorció el corazón en el pecho. Había estado de pie temblando en el porche delantero del Alfa tratando de explicarle que no debería ser ella la que fuera, que desde un comienzo él se había ido de su casa por ella, pero Grant se negaba a escucharla y había insistido en que debía traer a su hijo a casa.

La puerta volvió a abrirse y ella hizo a un lado el anhelo de ver su cara familiar, se recordó que estaba aquí para hacer un trabajo. Nada más. Ni nada menos. Inspira y exhala, Liza, corazón roto al mínimo.

A su alrededor, el bar se atiborró de gente y la multitud se volvió más pendenciera. Observaba a las mujeres con celos apenas contenidos. Recordaba el modo en que Caleb la había apartado de él después de su única noche juntos. Su insistencia, su furioso juramento de que no se arriesgaría a un apareamiento con una humana, y además bruja, de que no se arriesgaría a que sus hijos pudieran ser... menos que él. Oh, él había sabido exactamente donde golpearla con eso. Justo en su orgullo, en su inseguridad.

Por lo general un niño de un apareamiento humano-lupino era lobo. Casi siempre. De vez en cuando uno nacía con habilidades en estado latente. Sin embargo, el estado latente se presentaba de muchas formas. Unos sólo podían cambiar cuando la luna estaba cerca de luna llena. Algunos podían cambiar parcialmente. Otros tenían la fuerza y la velocidad de un werewolf, pero no podían cambiar para nada. Como ella.

Sus labios se movieron con la parodia de una sonrisa retorcida. Sabía demasiado bien cuán raros eran esos niños y se sorprendió por la amargura que subió, filosa y punzante por su pecho, pensaba que lo había superado hacía años. Ser enviada detrás de Caleb Michaelson estaba poniendo sobre el tapete inseguridades que pensaba estaban en el pasado.

Peor aún que nacer humano para un lobo eran sus talentos inútiles, los poderes que siempre sintió justo allí, pero que por alguna razón no podía liberar. Su madre juraba que la presa se rompería un día, pero ella, desde hacía mucho tiempo, había abandonado esa esperanza y en lugar de eso se había amoldado en una persona que podía ser útil a la manada a pesar de sus defectos. No ayudaba el que ellos deberían ser enemigos jurados. Las brujas y los hombres lobos no se relacionaban. Su propia madre había sido desterrada por aparearse con un cambiante.

Apartó los recuerdos y se concentró en su trabajo. Había sido fácil localizar a Caleb. Como el Paladín de la manada... la primera mujer y ni siquiera una loba... era su trabajo saber dónde estaba cada uno en todo momento. Siempre había sabido que él estaba aquí con esta manada del norte. Tenía reputación de playboy. Ese conocimiento la carcomía un poco. Bien, bastante. Ella no era suficiente para él. Pero al parecer nadie más lo era tampoco. Esa pequeña justificación la había acompañado en las noches de soledad durante cinco años.

La puerta se abrió y al mismo tiempo alguien se sentó en su mesa bloqueándole la vista. Él le puso una cerveza enfrente y ella se dio cuenta con un susto sorprendido que de hecho, se había terminado la suya. Tal vez eso explicaba el agarrotamiento en su garganta, la repentina sequedad. Pero también hubo alarma. Tal vez un poco de miedo. Él se había acercado sin que ella lo notara. Esperaba que la magnolia que camuflaba su aroma natural fuera suficiente para ocultarle su genética.

Luna Hechizada • ¡A la una...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora