Capítulo 8

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Maratón 3/3

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Liza dejó que Caleb la condujese al coche. Podría haberle detenido, podría haber ido por su cuenta, pero, ¿de qué serviría? Él había decidido que se iba a casa y de esta manera, ella conseguía no perderle de vista... No era nada malo que la imagen fuese tan... agradable. Hombre. Hora de pensar en algo más.

Ella se giró de lado en su asiento.

—Así que... —no siguió hasta que él la miró fijamente—. Tú y Zach. ¿Qué pasa con vosotros?

Sus manos temblaron sobre el volante.

—¿Tienes algún problema con Zach?

No, si no me pongo a pensarlo. En vez de expresar la opinión —algunos hombres lobo no eran de mente tan abierta como ella y podía entender de donde venía su actitud—, se encogió de hombros.

—Tengo derecho a saber. Ambos me marcasteis —refunfuñó—. No tengo ni idea de por qué.

—Zach es mi mejor amigo. También es mi amante. Desde hace tres años.

—No tenía ni idea —dijo ella en voz baja—. Todos mis informes sólo mencionan breves aventuras con mujeres.

—¿Recibes informes sobre mí? —Él pareció más interesado que enojado.

Ella se encogió de hombros.

—Eres el heredero del Alfa. Es más, recibo informes sobre todo aquel que deja la manada —hizo una pausa—. ¿Así que Zach y tú? Esto no es algo así como amigos con derecho a roce, ¿verdad? Le amas.

Él gruñó y ella se imaginó que esa era toda la respuesta que conseguiría.

—Por eso nunca hubo ninguna mujer estable. Entonces, ¿por qué me atraéis a la mezcla? Obviamente eras feliz antes, sin añadir a alguien que ni siquiera te gusta.

Él no respondió y suspirando, ella se recostó en su asiento y fingió dormir. Su estómago era un nudo apretado de emociones. Cólera. Deseo. Confusión. Las últimas pocas horas habían traído grandes cambios. Caleb retornando a casa. Caleb y Zach reclamándola. Ella debería estar alucinando por todo, pero se sentía correcto. Todo excepto la animosidad que todavía sentía por parte de Caleb.

Durante los últimos años.

Estaba tan distraída que no reaccionó cuando él tomó su mano, la levantó hasta su cara y lamió la palma. Entonces se echó a reír.

—Sé que estás despierta.

Bien, coño. En ese caso, podría conseguir también algunas respuestas.

—¿Por qué el cambio de opinión? ¿Qué es diferente ahora? Todavía vas a ser el Alfa y sigo siendo más propensa a tener bebés humanos.

La cólera surgió y con ello una punzada de desilusión. De pena. Él realmente había estado dispuesto a descartarlos, sin importar los niños que pudieran haber tenido, por culpa de la capacidad de transformarse. ¿Qué había cambiado? ¿Política de manada? Ella tiró hacia atrás con fuerza de su mano.

—Joder, Liza. Nunca me importó eso.

—¿Perdona? —Valiente gilipollas. Recordaba aquella conversación demasiado bien. Si no fuesen a ciento veinte por hora por la autopista, podría haberle estrangulado. Aún podía.

—Estaba furioso. Y herido —añadió en voz baja—. Estaba devolviendo los golpes.

Trató de recuperar su mano, pero él no la soltaba. Ella respiró hondo, esforzándose por mantener su voz baja y controlada, pero el hombre estaba cabreándola.

Luna Hechizada • ¡A la una...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora