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Habían pasado cinco días,
seguía internada
y ya todos sabían
la mitad de la historia. 
Las pocas amigas
que quedaban
vinieron a verme.
También mi familia,
testigos de la forma
en que me había ahogado
en penas de funestos silencios
y súplicas que no llegaron a oír.

InconexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora