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Sentía culpa
y la cargaba con pesar.
Culpa de haberte dejado morir, 
en sus manos, 
pero sobre todo en las mías
porque yo se lo permití.
"¡Culpable!", gritaba mi mente
una y otra vez. 
Pasó un mes desde
que pisé aquella casa,
y todavía seguía
sin hilar qué había pasado
aquella noche. 
Pude usar mi móvil
y vi que sus amigos 
se reunieron en su nombre,
que le escribieron cosas
en sus redes sociales,
mentiras que lo hacían ver
como un gran sujeto
y a mí como alguien
de realidad distorsionada. 
¿Y si era así?
Pero él estaba muerto, 
"sobredosis" dijeron los policías
y solo pude pensar
en su copa de vino. 

InconexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora