Capítulo 14

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Estaba rota.

                         

Ya no había vuelta atrás. Sentía cómo su corazón se retorcía sobre sí mismo en un agujero de dolor infinito. Minjeong había muerto. Delante de sus ojos, sin que pudiera hacer nada para remediarlo más que acunarla entre sus brazos en su último aliento.

                         

Ella ya había sentido eso, en su lejana Corea del Sur. El sentimiento era el mismo, la furia, la pena, las ganas intermitentes de reunirse con ella en el otro mundo. pero aquella vez sería distinto. Ya no era una niña asustada y maltratada. Cerbero no ladró cuando la vio pasar, y Caronte no osó cobrarle la travesía por la laguna Estigia. De alguna forma aquella mujer era, en cierto modo, su señora. Y todo ente viviente o inerte lo sabía mientras la veían pasar por los pasadizos del Hades. Las almas perdidas se apartaban de su camino, las piedras se sacudían a sus pies. Nadie se atrevía a detener la furia que se adivinaba en los ojos de la hija de los Infiernos, manchada de sangre de la batalla, con el escudo de Atenea en el brazo y el casco de su padre en la cabeza.

                         

Y sus puertas, las de su padre, se abrieron para ella en cuanto se acercó al salón del trono. De ónix negro como la noche, afilado y tan alto que ningún mortal habría podido sentarse en él. El trono del señor de la muerte, y a su lado, el trono vacío de su esposa Perséfone, en un abril que significaba el inicio de la soledad para el rey del Tártaro.

                         

Hades observó cómo su hija caminaba, pisando fuerte y con el semblante ensombrecido, y se colocaba delante suya. Sabía el motivo de su visita; había visto a la joven hija de Afrodita perecer en la batalla, y luego, después de encerrar a Zeus en el Tártaro junto a su padre Cronos, había visto su alma desfilar hasta las profundidades de su reino. Sabía que su hija iba a por ella, pues Afrodita le había susurrado en los rincones y las sombras de los banquetes Olímpicos el vínculo que comenzaba a nacer entre sus vástagas. Su hija se había enamorado de Kim Minjeong, y venía a reclamar su alma.

                         

- Voy a llevármela - anunció sin mediar más palabra, mirando fijamente a la gran puerta que irradiaba luz tras el trono de su padre.

                         

- Sabes que no es posible - dijo Hades con tranquilidad, aunque no sin cierta desconfianza. Ese grupo de semidioses había mandado al poderoso Zeus a un agujero, y los dioses ya no se sentían tan invencibles.

                         

- Claro que sí - discutió Jimin -. No soy muy inteligente, pero todos conocemos nuestra historia. Heracles lo hizo, sacó a Perseo. Y Orfeo hubiera recuperado a Eurídice de no haberse girado.

                         

- Perseo no estaba muerto cuando entró - se excusó, y entonces miró al trono vacío a su lado, con un ramalazo de anhelo en la garganta. Perséfone lo había persuadido para ayudar al joven músico, y sabía que lo hubiera convencido para apiadarse de su hija. Perséfone vivía por las causas perdidas, y no había nada de lo que no pudiera convencerlo -. Y Orfeo... era un gran músico. Las bestias se inclinaban al paso de su lira. Un poder así merece recompensas.

                         

Jimin no cabía en sí de la ira. Apretaba su spatha y se autoconvencía para no lanzarse a acuchillar a su padre. Estaba furiosa, pero no era estúpida.

The great 12 - Winrina/JiminjeongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora