Harry Styles, un detective forense. Louis Tomlinson, el policía encargado de la investigación. Tras volver de un interrogatorio, el cuerpo de la víctima ha desaparecido. ¿Qué ocurre cuándo todos parecen sospechosos?
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Londres, Inglaterra 19 de marzo, 2017
La lluvia caía en un constante y monótono murmullo en las calles oscuras de Tower Hill, creando charcos reflejantes bajo la luz mortecina de los faroles. Harry caminaba con paso decidido por las calles mal iluminadas, empapándose a medida que avanzaba en busca de su objetivo. Sabía que no debía estar ahí, ya había tenido la oportunidad de comprobar el riesgo que corría su bienestar en lugares como ese, pero no pudo evitarlo. Era un forense, no un detective, pero su inquietud por la justicia no le dejaba dormir tranquilo.
Los edificios destartalados y las sombras ominosas daban a entender que no era bienvenido allí. Pero Harry, con su gabardina empapada y sus rizos del mismo modo, se sentía impulsado por su deber. A medida que avanzaba por un callejón estrecho, sintió una presencia inquietante a su alrededor, una vibra que le puso los vellos de punta. Cuatro corpulentos hombres emergieron de la oscuridad, sus siluetas delineadas por la lluvia que caía. Rudos y amenazantes, la tensión haciéndose palpable.
Uno de ellos, el más alto y fornido, tenía una cicatriz en el rostro que parecía una advertencia silenciosa. Otro tenía tatuajes que serpenteaban por sus brazos musculosos. Dos de ellos llevaban navajas, las hojas brillando fríamente bajo la tenue luz de la calle. Harry tragó con dificultad, sintiendo el miedo recorriendo su espina dorsal. Sabía que estaba en una situación peligrosa y que no tenía manera de defenderse, sabía que tenía que correr, sabía que usar alguna estrategia.
Intentó mantener la calma, pero sus pensamientos se entremezclaban con el temor. Los cuatro hombres lo rodearon, bloqueando cualquier vía de escape. Sus miradas eran frías, y sus palabras eran amenazantes.
—¿Qué hace un muñeco como tú aquí? —Rió el hombre de la cicatriz, el resto compartiendo su cínica risotada.
Harry tartamudeó, tratando de explicar su presencia de la manera más calmada posible. —Soy forense, estoy buscando pruebas, no quiero problemas.
Los hombres se rieron más fuerte, una risa que enviaba escalofríos por su columna hasta la punta de sus pies. Otro de los hombres se acercó a su cuerpo, sacando del bolsillo de su pantalón una navaja del tamaño de su palma. Harry tomó aire, tratando por todo los medios seguir pareciendo valiente.
—¿No querrías una noche con todos nosotros, mejor?
El ojiverde supo que su vida estaba en juego en ese momento. En la oscuridad y la lluvia, no podía evitar notar los detalles: las manos tatuadas, los ojos fríos, el brillo amenazante de las navajas. Pero también se dio cuenta de que tenía que ser valiente, porque la verdad estaba al alcance de su mano, y él no podía darse por vencido tan fácilmente. No de nuevo.
—¡No a menos que queráis ir a comisaría! ¡Alejaos, ahora! —Les gruñó, recuperando su postura. Pero aquello solo bastó para que otro de ellos se hiciera paso entre los dos anteriores, sin dándole tiempo ni margen a reacción, tomándolo del cuello y pegándolo a la pared enladrillada. El rizado sollozó, tratando de zafarse, en vano.