EPILOGO

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Las luces del pabellón deportivo de Londres proyectaban un resplandor suave sobre el suelo de competición, donde la elegancia y la destreza se entrelazaban en una danza sinuosa

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Las luces del pabellón deportivo de Londres proyectaban un resplandor suave sobre el suelo de competición, donde la elegancia y la destreza se entrelazaban en una danza sinuosa. El aire vibraba con anticipación mientras gimnastas de todo el país, vestidas en trajes brillantes y coloridos, se preparaban para el Campeonato Nacional.

El suelo estaba decorado con un tapiz que representaba un mosaico de la ciudad, con el Big Ben y el Támesis como telón. El murmullo de la multitud se desvaneció cuando las primeras competidoras avanzaron al centro del escenario, sus cuerpos gráciles listos para dar vida a sus rutinas con aros, balones, mazas y cintas. La música comenzó a resonar, envolviendo el estadio en notas melódicas que guiaban los movimientos de las niñas. La primera competidora, con una cinta en mano, trazó arcos etéreos en el aire, cada giro y lanzamiento sincronizado con la melodía. La cinta, como un destello de colores, pintó un arco iris de gracia y habilidad.

A medida que avanzaba la competición, las gimnastas llevaban a cabo deslumbrantes exhibiciones de agilidad y destreza con los aros y mazas. El chasquido rítmico de las mazas contra el suelo creaba un compás emocionante que resonaba en toda la sala. Los aros, enlazados en movimientos fluidos, se elevaban y se entrelazaban con la elegancia de aves en vuelo. El público respondía con aplausos y ovaciones, reconociendo la dedicación y el arte en cada actuación. Las gimnastas, concentradas y apasionadas, llevaban consigo años de entrenamiento y sacrificio, y ahora, en ese escenario nacional, mostraban a todos la culminación de sus esfuerzos.

Cada giro, salto y lanzamiento de las gimnastas narraba una historia única, un testimonio del arte y la disciplina que caracterizan a la gimnasia rítmica. Los jueces, con miradas agudas y cuadernos de puntuación en mano, evaluaban cada detalle con precisión, reconociendo la excelencia en cada rutina. El pabellón deportivo vibraba con la emoción de la competición, y entre las gimnastas que se preparaban para su actuación se encontraba Juliette, quien fue nombrada, haciendo a sus padres tomar una bocanada de aire.

—Gimnasta número 28, Juliette Tomlinson.

Los asientos estaban ocupados por una multitud expectante, mientras la melodía de Woman 's World de Little Mix se elevó en el aire, anunciando el inicio de su espectáculo. Juliette avanzó con gracia al centro del tapiz, su traje centelleando con destellos de plata y azul a medida que la luz del escenario la envolvía. Su mirada, llena de determinación, se encontró con la de sus padres, Harry y Louis, quienes observaban con un cariño orgulloso desde la primera fila. Ella sonrió abiertamente, aún más amplio cuando ambos le hicieron un corazón con sus manos, gesticulando un "te amamos".

La música comenzó su lamento melódico y Juliette inició su show con una serie de giros precisos que tanto había ensayado, cada movimiento marcado por la elegancia que la caracterizaba. Sosteniendo una cinta con gracia, la movía en arcos suaves y espirales, siguiendo el ritmo de la canción a la perfección. Cada giro de la cinta parecía capturar la esencia de la letra de la canción, llevando consigo su cruda y real energía. La audiencia quedó envuelta en la intensidad de su actuación, boquiabiertos. Juliette se movía con una fusión de fuerza e ingenio, alternando entre elementos de destreza técnica y expresión artística.

Cuando rompió la canción, lanzó la cinta en un arco ascendente, capturando la atención de todos mientras se elevaba en el aire antes de aterrizar en sus manos con precisión milimétrica.

—¡Esa es mi niña, joder! —Gritó el ojiverde entre los aplausos del público, las lágrimas orgullosas de Louis deslizándose en rostro mientras pasaba de mirar a su hija a su chico, besando sus labios rápidamente en un feliz impulso que sonrojó al otro.

A medida que la canción alcanzaba su final, Juliette incorporó movimientos de flexibilidad asombrosa, realizando splits y contorsiones que parecían desafiar la gravedad. Cada gesto estaba sincronizado con la letra de la canción. Desde la primera fila, los ojos de Harry y Louis seguían cada movimiento de Juliette con un orgullo palpable. Se sostenían mutuamente las manos, compartiendo miradas nerviosas y sonrisas cómplices. Cada giro exitoso, cada lanzamiento impecable, era un motivo de celebración silenciosa entre los dos, quienes veían en la actuación de su princesa un reflejo de su dedicación y talento.

El tapiz se convirtió en un escenario donde Juliette expresaba sus emociones a través de la danza y la gimnasia, y la audiencia respondía con aplausos y vítores. Al finalizar su actuación, Juliette se inclinó con gracia, agradeciendo a la audiencia antes de dirigirse hacia el backstage con una sonrisa nerviosa pero radiante, viendo a sus personas más importantes ya en el lugar: Louis, Harry, Niall y Mary. Se abrazaron a la pequeña con ternura, compartiendo un momento de felicidad familiar en medio del resplandor del pabellón deportivo.

—Estoy tan orgulloso de ti, cariño. —El ojiazul sollozó, tomándola de sus mejillas para repartir besos por todo su rostro mientras el resto los miraba con una sonrisa enternecida.

—Te amo, papi. —Juliette se abrazó a él, mirando con ternura a Harry, a quien abrazó después con la misma fuerza.

—Eres increíble, princesita, la mejor. —Susurró, conmocionado, besando la coronilla de su cabeza innumerables veces, apretándola entre sus brazos a su vez.

—Te amo, papá. —Y Harry estaría mintiendo si dijese que su corazón no se vuelve loco de dicha cada vez que escucha a la niña llamarle así.

La atmósfera en el polideportivo horas después era eléctrica, cargada de anticipación y tensión mientras se anunciaba el ránking de la competición. El murmullo de la multitud se transformó en un silencio expectante cuando se proyectaron los nombres en la pantalla, desde el bronce hasta el oro.

Tercer lugar... Lily Danking.
Segundo lugar... James Bloom.
Primer lugar... Juliette Tomlinson.

El corazón de Juliette latió con fuerza mientras caminaba hacia el podio, despegándose entre lágrimas de los abrazos de su entrenadora, su traje brillando con destellos de victoria. Cada paso resonaba en el silencio, y la música que acompañaba el momento añadía una banda sonora solemne a su ascenso. La felicidad se palpaba en el aire, una sinfonía de emociones contenidas.

Desde las gradas, Harry y Louis compartían un abrazo cuya energía y luz pudo haber iluminado a toda la ciudad de Londres. La expresión en sus rostros reflejaban la mezcla de orgullo y alegría que experimentaban mientras se miraron, besándose con cariño segundos después. Niall y Mary observaban con ojos centelleantes todo lo ocurrido, sus corazones latiendo al ritmo de la música.

—Algún día, cuando estés lista, tú también lo lograrás. —Susurró el rubio a su hija, quien se sonrojó con timidez, abrazando a su padre al instante.

—Te amo, papá.

Cuando Juliette alcanzó la cima del podio, la multitud estalló en aplausos y vítores. La medalla dorada pendía con gracia alrededor de su cuello, un símbolo de su dedicación y fuerza. En ese momento, la tensión dio paso a la celebración, y la sonrisa radiante de Juliette iluminó el polideportivo. Mientras la pequeña se colocaba la medalla con una elegancia natural, Harry y Louis se abrazaron con fuerza de nuevo. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas de felicidad y alivio. Niall y Mary se unieron a la ovación, aplaudiendo y silbando en asombro y orgullo. La escena era un estallido de emociones, una explosión de alegría.

Desde el podio, Juliette miró a sus padres con gratitud y alegría. La conexión entre ellos era palpable, un lazo indisoluble de amor y apoyo, tal y como en el que la habían criado estos dos últimos años. La música de victoria resonaba en el polideportivo mientras Juliette, con la medalla resplandeciente, descendía del podio para abrazar a sus padres y seres queridos.

—Siempre vas a lograr todo lo que te propongas, Juls. —Harry le susurró, entre lágrimas, y ella supo al instante qué significaba. El ojiverde lo supo por la sonrisa que le dedicó, aquella que gritaba un entendimiento silencioso.

Si bien no fue necesario un cuerpo para un crimen, tampoco lo fue una medalla de oro para estar orgullosos de ella. Juliette lo logró, y eso sí que podían demostrarlo.

Cada día, para siempre.

No Body, No Crime | L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora