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El primer partido de la Roma, después del regreso de las eliminatorias, fue a las doce del mediodía. No era un horario que acostumbraban a jugar, sin embargo, Paulo estaba contento porque tendría el resto de la tarde libre y podría dormirse una siesta, ya que no siempre tenía esa oportunidad. 

La victoria para el equipo romano llegó a los noventa minutos y una vez que el arbitro pitó el final del juego, todos corrieron al vestuario para festejar un triunfo más. 

Paulo fue de los primeros en dirigirse a las duchas y por lo tanto de los primeros en salir. Una vez que estuvo vestido y cambiado, agarro el celular y empezó a mirar algún restaurante que tuviera un menu que le apeteciera, su idea era almorzar y después irse directo a su casa a dormir. 

—¿Te invito a comer? —Leandro se sentó a su lado, porque a alguien le parecio buena la idea de colocar sus casilleros uno al lado del otro.

—Depende —contestó Paulo.

—¿De?

—De que me vas a invitar a comer.

—Compré milanesas, sé que es tu comida favorita, la ponemos al horno y listo. 

Paulo tardó unos segundos en responder, haciendo como qué pensaba, a pesar de que ya tenía la respuesta.  

—Te sigo en mi auto —contestó finalmente, porque no podía negarse a las milanesas.

Cuando Paulo bajo de su auto en el garage de Leandro, fue recibido por cinco perros de distintos tamaños. Lejos de asustarse, el cordobés quedó encantado porque amaba a los perros; se tomó todo el tiempo del mundo en saludar a uno por uno y dejar que las mascotas lo olfateen y agarren confianza. 

—Me muero, que hermoso que sos —le dijo al más grande de los perros, un labrador que parecía el más tranquilo. Paulo quería comerlo a besos, ahora entendía porque Leandro tenía un labrador tatuado en la pierna. 

Para Paulo no pasó por alto que Leandro entró en la casa, mientras él continuaba a los besos con los perros. Después de un rato, decidió entrar porque ya tenía hambre. Paulo solo una vez estuvo en esa casa y fue cuando acompañó a Leandro a buscar propiedades, en ese entonces no le había prestado mucha atención, pero por suerte algo se acordaba y pudo llegar sin problemas a la cocina. 

—¿Qué huele tan rico? —Preguntó Paulo, una vez que estuvo cerca del horno. 

—No sé, ¿Qué perfume usas? —Respondió el más alto, mientras picaba lechuga y tomate para la ensalada.

Paulo sintió las mejillas calientes, pero decidió fingir que era a causa del horno.

—¿Podés buscar los platos en ese estante que está atrás tuyo? Son unos blancos —volvió a hablar Leandro.

El cordobés se giró y abrió la puerta del estante, enseguida encontró los platos y agarro dos. 

—¿Dónde tenés cubiertos y vasos? Así pongo la mesa—Leandro le dió las indicaciones de donde se encontraba cada cosa y Paulo no tardó más de cinco minutos en tener la mesa lista. 

Leandro sirvió una milanesa en cada plato y dejó la fuente de ensalada en el medio, para que cada uno se sirviera a su gusto y comenzaron a comer. Paulo, inevitablemente, recordó a la noche que pasaron juntos en Argentina, porque después de tener sexo también comieron milanesas. No sabía si Leandro lo estaba haciendo a próposito, pero el almuerzo estaba rico y la realidad era que Paulo no se sentía incómodo en presencia de Leandro. Quizás eso le dió el coraje para, después de lavar los platos, volver a besar a Leandro como ya lo había hecho en Buenos Aires.

Paulo se dió cuenta que Leandro no ponía resistencia cada vez que él tomaba la iniciativa, era como si el menor estuviera esperando que Paulo fuera el primero en dar ese paso. Y Leandro tenía mucha suerte porque Paulo sentía que cada vez que estaban los dos solos, él ya no quería pensar con claridad y solo quería terminar entre sus brazos. 

todos los caminos conducen a roma 🐺 paulo dybala, leandro paredes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora