Jeon Jungkook, emperador de Roma pierde a su esposa en un arranque de ira. Desconsolado busca un reemplazo sin lograrlo hasta que encuentra a un joven apuesto llamado Park Jimin.
La locura del emperador provoca que haga cosas impensables convirtiend...
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¿PUEDO TENER MI FINAL FELIZ?
—Mi señor, tenemos que ir a limpiar la habitación para eliminar todo rastro del espíritu de nuestro antiguo faraón —le dijo un miembro de la servidumbre a Hoseok.
—Me retiro, regresen a salvo —nos dijo Hoseok.
—Sí —contesté.
—Váyanse todos, yo regresaré con Jimin —dijo Yoongi.
Y todos se marcharon dejándonos un carruaje con dos camellos que sería conducido seguramente por Yoongi porque yo no sabía cómo hacerlo.
El nuevo faraón se sentó en la arena mientras las gotas de lluvia seguían mojando nuestras pieles, luego golpeó el suelo a su lado invitándome a sentarme junto a él.
—¿Te arrepientes de algo, Jimin? —preguntó sin verme a los ojos.
—Sí... —contesté dibujando líneas sobre la arena.
—¿De qué?
—De... —Mis ojos que ya estaban hinchados de tanto llorar, las lágrimas ya habían cesado pero comenzaron a gotear de nuevo.
—¿De qué? —volvió a preguntar.
—De haber tenido una buena pesca cuando me topé con el emperador Jeon aquel día en el puerto. Si eso no hubiera sucedido él no me habría visto pasar, yo tendría hoy quizás una familia, hijos, esposa y una pequeña casita alejada del centro de roma.
—Sabía que dirías eso —dijo relamiéndose los labios— Pero ahora tienes una nueva oportunidad de vida.
—Como dije antes, no creo que lo merezca.
—Pero eres un simple pescador afeminado, eres más que eso; eres un sobreviviente.
—Eso creo. —Sonreí con tristeza.
—Jimin... Ver cara a cara a la muerte me hizo pensar en que quizás debemos vivir felices, ¿no crees?
—Por supuesto.
—Tu arrepentimiento es algo que yo volvería a desear que sucediera y no me mal entiendas. —Agregó eso último cuando lo miré con el ceño fruncido— Me refiero a que si eso no hubiera sucedido yo... y hablo desde mi egoísmo, pero nunca te hubiera conocido.
—Es un buen punto —mascullé entre dientes.
—¿Qué haría el príncipe de Egipto pescando en roma? —Encorvó los hombros y acercó su mano a las mías dibujando líneas en la arena al igual que yo.
