CAPÍTULO 14

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Luo Binghe esperó, ansioso y confundido por las emociones que se arremolinaban en su interior. Shen Qingqiu se había desmayado en sus brazos, con el rostro carente de emociones, y un estado de palidez enfermiza.

El resto de los acontecimientos se habían sucedido con una rapidez monótona. Habían pasado ya varios días, pero era como en principio, con pensamientos como: ¿Estaría bien? ¿Por qué? Esa escoria lo odiaba, estaba seguro. Pero si lo odiaba, ¿por qué salvarlo? ¿Por qué defenderlo del mayor Tianchui en el último instante? Luo Binghe se sentía desolado, perdido.

Ni el acoso de Ming Fa, con sus palabras abusivas, era suficiente para hacerlo flaquear con su objetivo. Luo Binghe rememoró en el pasado. "¿No estará loco?" pensó. Shen Qingqiu era un tipo complicado, y ni en esta vida el odio y el rechazo que demostraba habían cambiado, aunque también había otras cosas, como su intento de rescate o su aparente "confianza" en la que no lo había mandado al campo de batalla por "maldad", sino porque confiaba en que sería lo bastante bueno para ganar.

Pero a la larga, esas eran cosas que no tenían ni un ápice de sentido, porque, ¿quién en su sano juicio mandaría a un adolescente con estrategias mediocres a enfrentarse a un demonio de miles de años de experiencia? Poniendo la cara de la secta en juego por agregado.

Luo Binghe se rio entre dientes. "¿Qué es lo que me está haciendo este tipo?" pensó, ligeramente harto. Entonces fue a la cocina, y se dispuso a hacer la única actividad que le traía algo de calma a su mente inquieta: cocinar.

Al final, cocinar era lo único que le traía algo de paz a los días de espera en el que las reflexiones no simplemente bastaban para calmar la inquietud de la mente.

Otro punto es que la escoria de Shen Qingqiu se había contagiado del "Sin Cura", una enfermedad que no solo le recordaba las vicisitudes de su primera vez, y de cómo ese acto había servido de revelación para las decisiones posteriores que habían encaminado su vida.

Tal vez, si utilizaba su sangre y la mezclaba con los ingredientes correctos, Shen Qingqiu podría curarse de la enfermedad y él podría sentir que entonces, ya no le debía nada, ni siquiera su vida.

Sin embargo, ¿por qué querría curarlo? Mucha penuria ya le había hecho pasar, y ni siquiera, aunque se arrodillase mil veces ante él pidiéndole disculpas serían suficiente penitencia para proporcionar consuelo a su alma ennegrecida.

Luo Binghe estaba seguro de que aquello solo sería otra excusa para que Shen Qingqiu se aprovechara de él y lo humillase más de la cuenta, porque con su cultivo arruinado, ¿qué garantía había que no se lo hiciera pagar el doble o el tripe? Realmente no tenía ninguna, y que se contagiase de Sin Cura no era equivalente a que él debiera de pagarle nada.

Pero quería verlo, y creyó escuchar el aullido de Ming Fa mientras que un cuenco caliente, entre el sinfín que habían resultado de un estado de abstracción, esperaban ansiosamente por ser servidos.

"Ese tipo no vale nada" pensó. "No merece que yo haga esto".

Pero no se detuvo a tirar el cuenco, y en su lugar, lo dejó reposar mientras salía corriendo hacía los aposentos de la escoria, con el corazón latiéndote desbocado. La puerta estaba abierta, y entró a la habitación falto de aire, con las sienes y las palmas sudadas. Ming Fa se giró a mirarlo, y chilló una serie de regaños a los que no prestó atención (pero que pensó en callar a punta de golpes), distraído como estaba analizando el estado físico de Shen Qingqiu, que se encontraba sentado en la cama, con un semblante que semejase ser decrépito y somnoliento.

Frunció el entrecejo, y parecía querer decir algo, pero Ming Fa se interrumpió en su discurso para clamar:

—El Tío Marcial Liu de la Cumbre Bai Zhan dijo que le dijera cuando te despertaras. ¡Voy-voy a buscar al Tío Marcial Liu, al Mayor Tío Marcial Mu, y al Jefe de Secta! —Y se precipitó hacia la puerta, como olvidándose de él.

Un silencio incómodo se instaló en la estancia.

—Shizun —saludó, y arrodillándose, dijo—. Este discípulo acepta cualquier castigo que disponga a su falta. —No quería decir eso, pero tampoco se le ocurría nada más. Si conocía a Shen Qingqiu, aquel obrar desataba la oscuridad de su verdadera naturaleza, aquel atroz se caía que se desquitaba con los más débiles.

Le escuchó suspirar, y cuando alzó la vista, se encontró con un rostro que no solo miraba con ira, sino con incomodidad.

—Levántate —ordenó—. Si has dicho suficiente, este maestro espera que te retires —zanjó, cortante.

Esto no era lo que había esperado, pero tampoco había motivos para que insistiera en quedarse. Volvió sobre sus pasos, incómodo, y dudando, se detuvo en el umbral. "¿Por qué hago esto?" se dijo, se rehusaba a irse. De repente, tuvo una idea, como esperando a que Shen Qingqiu lo decepcionara otra vez.

—Ya que Shizun estuvo en cama durante muchos días y acaba de despertarse —dijo, tranquilo—. No sé, tal vez... —dudó—. ¿Shizun se siente hambriento?

Le oyó suspirar otra vez, desganado.

—Ve a traerme algo —musitó, con el mismo tono cortante.

Luo Binghe inmediatamente corrió a la cocina. No tenía idea de por qué estaba haciendo lo que hacía, pero entre todas las respuestas, la indiferencia de Shen Qingqiu había sido lo mejor con lo que se había encontrado, y se sintió emocionado por eso, como si en el silencio, lo hubiesen aprobado indirectamente.

Era una asquerosidad de sentimiento, pero las gachas de avena a las que se había dedicado en medio de su estado anterior ahora habían encontrado un uso. Se detuvo ante la cocina, y se mordió los labios, ¿cuándo había sido la última vez que se había sentido así de emocionado al darle de comer a alguien? Se hizo un nudo en su estómago, consciente de que aquello no ocurría desde que su madre vivía.

Se planteó el escupir en el plato, pero no se atrevió.

Una vez con Shen Qingqiu, lo ayudó a enderezarse correctamente sentado desde la cama mientras sentía como su maestro se alteraba ante su toque, como receloso, pero sin apartarle. Atento, levantó el cuenco y lo alimentó casi como si se tratase de un niño pequeño con el que debía de tener sumo cuidado. Shen Qingqiu lo rechazó y, con ojos entornados, empezó a comer directamente por su cuenta (a pesar de que él todavía lo sostenía).

Pudo ver como su expresión de dureza se descompuso por un momento, como si se contuviera para mantenerse inmune al buen gusto de la comida. Luo Binghe sonrió por inercia, ¿cuánto más estaría conteniendo? No hizo nada, un aguijonazo de malestar lo abordó, y sintió la cara caliente.

—Ahora sí puedes retirarte —dijo a la ligera—. Te llamaré si te necesito de nuevo.

No había cumplidos, pero tampoco le hacían falta.

Peligrosos anhelos © | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora