PRÓLOGO

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Con una última sacudida de sus mangas, Luo Binghe soltó un gruñido, incapaz de seguir reprimiendo las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. "¿Qué tiene él que no tenga yo?", se preguntó, mordiéndose el labio mientras se agarraba la cabeza con ambas manos. Su pecho quemaba, y el instinto de destruir era tal, que no le habría importado meterse en una riña a muerte contra unos cuantos demonios menores para liberar el estrés que lo aguijoneaba desde las sienes.

"¿Acaso no fui suficiente?" Le daba vueltas sin cesar a la misma idea, sin entenderlo. Shen Qingqiu era una escoria, e inclusive, la mínima visualización de su rostro le resolvía el estómago con repugnancia. Entonces, ¿por qué verlo tratar con tanta delicadeza y amor a una versión lastimera de él mismo provocaba que despertasen sentimientos que creía enterrados? Ni las victorias, la esposas o los hijos que había acumulado a lo largo de los años llenaban el vacío que poco a poco se había sentado en lo más profundo de su corazón.

Una tras una, distintas mujeres habían caído rendidas a sus pies. Le habían ofrecido amor, mimos, compañía...

Es más, ¿quién no querría ser como él? El medio demonio estaba seguro de que era la envidia de los infelices de los dos reinos, y jactarse de eso le había servido para poner en su lugar a cualquiera que se atreviera a desafiarlo, lo cual no ocurría desde que el pendejo de Yue Qingyuan cayó en su engaño y fracasó al intentar hacerle frente con un pequeño ejército.

"¿No es encantador?" Había pensado en aquel momento, ante el fastidio de notar que Shen Qingqiu no se veía ni un poquitín afectado; pero claro, así de extraño era el sujeto que lo había tomado como discípulo únicamente para infringirle tormento.

Al final, la única lección que Luo Binghe había aprendido de la supuesta famosísima Secta de la Montaña Cang Qiong era que el mundo les pertenecía a los fuertes y a los arrogantes, por lo que, para hacerse un hueco en éste mundo, era necesario convertirse en el más fuerte entre los maestros. "Maldito Jiu, me imagino que ahora sí ya estarás orgulloso de mí", reflexionó, con la mente en el recuerdo de una celda, nauseabunda y mortecina, y la mirada de frialdad de la escoria, que le esperaba sin inmutarse dentro de un jarrón son los miembros cercenados.

Lágrimas le empañaron los ojos, picando desde su pecho mientras caían de su inexpresivo rostro.

—Luo Binghe —dijo su nombre a la nada—, Sagrado Gobernante, la leyenda que unificó los Tres Reinos, leyenda entre los demonios y los humanos... Luo Binghe...

¿De qué le valía eso ahora? Pasos flotantes, y una serie de recuerdos de sus inicios en la montaña Cang Qiong le trajeron de vuelta a la realidad. "¿Ese mangacortada habrá dormido también en la leñera?", se figuraba que no, y solo eso le bastaba para percibir como sus ojos empezaban a cambiar de color, tornándose del espeso carmesí de la sangre.

De niño, había llegado a la secta con una muda de ropa desgastada y una única pertenencia de valor, esperando que haber sido elegido entre tantos significase que podría cultivarse para traerle algo de honor al espíritu de su fallecida madre, lívida antes de siquiera llegar a probar un bocado de un tibio congee de carne.

No alcanzó a preguntarse más cosas, ya que tropezó con su pierna ropa, arrastrando el maltrecho cuerpo hacia una caída que no parecía tener fin.

Nota:

Gracias por leer<3

Este es el primer apartado de lo que será esta extraña historia de maestro y discípulo, espero que les haya gustado :3

Nos leemos<3

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