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El camino de regreso al apartamento lo hicieron en completo silencio, Dazai unos pasos por delante de Chuuya. Ese fue el tiempo que el pelirrojo aprovechó para pensar, meditar en lo que estaba ocurriendo entre ellos.

Su mente se perdía en la persona que tenía en frente ¿Qué sentía Dazai por él? ¿Y él por Dazai? Sin duda disfrutó con él y no podía negar que sabía como provocarle, en más sentidos de los que estaría dispuesto a aceptar, pero ¿Qué tan viable resultaba aquello? Ambos eran hombres trabajando por una mafia. Una relación como la suya sería inviable, podía costarles la vida a ambos.

Por mucho que le gustara, la única manera de mantener a Dazai cerca era alejándolo.

Esa fue la mentira que se dijo durante el camino, buscando ignorar aquella voz en su mente. Aquella que le dijo que Dazai estaba roto, que le haría daño, que no tenía sentimientos como él. Lo sabía, lo había visto en reiteradas ocasiones. Lo acababa de ver ahora, cuando había matado a sangre fría a ese hombre, repulsivo, en eso estaba de acuerdo, pero un tiro en la cabeza era demasiado. Le dijo que sus puños lo habrían matado, pero con una asistencia a tiempo se hubiera salvado. Dazai terminó con esa opción.

Como terminaba con todo y, sabía, que Dazai también terminaría con él. Se conocía lo suficiente como para saber que eran tan complementarios como incompatibles. Sonaba a locura, pero realmente lo sentía así. Lo quería cerca, quería su atención, quería sentir su tacto sobre su piel, sus labios resiguiendo su cuello, escalando hasta su mejilla y terminando su recorrido en su boca. Sus labios besándolo suavemente, con delicadeza al principio, para luego solo mostrar la fiereza del deseo que los consumía y se veían obligados a ocultar. Quería sentir las manos de Dazai recorrer su cuerpo, descender de sus hombros, resiguiendo su abdomen, deteniéndose en su cintura y luego, en movimientos que el castaño dominaba con maestría, masajear sus entrepiernas.

Chuuya correspondería a cada uno de esos movimientos con la misma pasión, la misma necesidad de frenar ese sentimiento tan arrollador que se apoderaba de él cuando Dazai estaba cerca. Ese sentimiento tan condenadamente desconcertante.

Se detuvo, Dazai volteó a verle en no escuchar sus pasos seguirles. Le miró con un rostro inexpresivo, mientras que la azul mirada de Chuuya estaba puesta en la calle. Buscaba eludir los ojos de Dazai a toda costa, más cuando su mente solo le arrojaba imágenes insinuadoras de lo que haría con él, de lo que tenía ganas de hacer con él.

— ¿Te has quedado sin fuerzas?

Chuuya no cayó en su provocación. Bueno, lo hubiera hecho de no ser porque se encontraba demasiado perturbado por todo aquello que su mente le incitaba a hacer, y su sentido común le decía que se abstuviera.

Tan concentrado estaba en su debate interno que no vio como Dazai se aproximaba peligrosamente a él, una de sus manos acompañaba y alzaba su barbilla para que sus ojos se encontraran. Unos ojos fríos y oscuros, pero llenos de determinación. Unos ojos que se acerraron conforme sus rostros se acercaba a una velocidad vertiginosa. Hasta que sus labios se encontraron una vez más.

Ese sentimiento afloró nuevamente en su pecho, excitándolo de un modo que no lograba comprender pero que le resultaba demasiado adictivo. El toque de Dazai fue sutil y delicado, pero en un abrir y cerrar de ojos, su lengua encontró el camino hacia su boca. Lo hacía deliciosamente, produciendo un torrente de emociones con cada uno de sus movimientos.

Dazai aún sujetaba su barbilla, pero con su otra mano procuró mantener sus cuerpos juntos. Tan juntos que Chuuya creyó que él podía adivinar las reacciones que producía en su cuerpo. Se avergonzaría de aquello, pero el beso de Dazai era tan intenso, tan embriagador, que ni se preocupaba por ello. Tampoco se preocupaba de encontrarse en medio de la calle, en un lugar demasiado lúgubre y solitario como para resultar agradable o seguro.

¿Aunque la palabra seguridad no era algo frecuente en su día a día?

Sus labios se separaron después de unos segundos de un intenso beso, el cual dejó a ambos jadeando.

— ¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó Dazai, mirando directamente a sus ojos con tal intensidad que Chuuya creyó que iba a desestabilizarlo.

Que esto no tiene futuro pensó, pero no le dijo. Jamás se lo diría, o siguiera lo admitiría. Pero solo el despertar de todas las emociones que Dazai le producía le indicaba que aquello sería la perdición.

Porque Dazai era su perdición.

Lo que no sabía Chuuya es que él era la perdición de Dazai. 

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¡Nuevo capítulo! Esto se acerca al final ¿Qué os está pareciendo hasta el momento? 

¿Alguna sugerencia que me queráis comentar?

Si os gusta esta historia, he empezado a publicar otra llamada: El arte de engañarte. Os recomiendo que os paséis ;)

Un fuerte abrazo y nos leemos pronto!

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