𝙋𝘼𝙎𝙊𝙎

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Los fines de semana son difíciles de procesar para Aziraphale, sobre todo cuando elegiste un lugar callado para vivir

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Los fines de semana son difíciles de procesar para Aziraphale, sobre todo cuando elegiste un lugar callado para vivir. Bueno, siempre fue así, callado.
Un abrumador silencio que lo inunda desde que tiene memoria; al menos, ahora que vive solo, pone su preciado disco de vinilo con música clásica al funcionamiento de su tocadiscos, claro, siempre controlando el volumen para no molestar a sus vecinos.

Aun los sábados tenía que ir a trabajar, eso sí, solo hasta medio día. Regresaba a su apartamento menos agotados que otros días, y lo más importante, podía pasar a comprar el almuerzo. Nada grande, algo que su economía actual se lo permitiera.

Era domingo por la noche, y como fiel creyente, estaba presente en la misa de ese día. Todo iba de maravilla, amaba ese lugar, le transmitía una abundante paz la cual sentía que nadie, ni nada, podría derribarlo.

Terminada la misa, Aziraphale puso en marcha el retorno a su apartamento.

—Hola.

El rubio sobresalto del susto.

—Dios, deja de hacer eso —regañó con suavidad.
—Lo siento, no soy bueno para acercarme a las personas —dijo, soltando una risita.

Aziraphale contempló al chico ahora delante suya, tenía los cabellos revueltos, la ropa mal colocada, como si se la hubiera puesto al tiro sin importancia del resultado, y claro, lo que nunca faltaban, sus lentes oscuros.
Le impresionaba que no se despegaba de ellos. Era de noche, no le daba razón de uso.

—¿Estuviste en la misa? —preguntó, reanudando su caminar.
—No, vivo cerca y me dio curiosidad —alzó los hombros con indiferencia, siguiendo de cerca al rubio.
—Oh, entiendo, bueno, puede ser un buen motivo para comenzar a ir.
—No soy creyente —soltó sin más.

Aziraphale lo miró de reojo con curiosidad.

—¿Por qué no?
—No creo en muchas cosas, Dios es una.

Entendió que no era el momento adecuado para preguntar, así que se limitó a caminar mirando la acera. Tal vez estaba un poco avergonzado por ser entrometido, después de todo, no son amigos.

—¿Vienes seguido a misa?

La voz áspera de Crowley hizo que le mirase.

—No es la primera vez que vengo a misa en esta iglesia, pero solo fueron un par de veces en mi niñez —relataba sonriente—. Me mudé hace poco y, como conocía el camino hasta acá, no perdí la oportunidad.
—Y yo queriéndome mudar de este lugar —dijo, arrugando la nariz.
—¿A qué se debe eso?
—La gente de este lugar es obstinada, maleducada, además quiero descansar en paz los domingos en la noche. Trabajo toda la semana.

Ahora entendía el por qué su ropa y cabello estaban tan desordenados. Al pobre lo había despertado el ruido de la misa.

—Te entiendo, si tienes mala suerte al mudarte llegas a tener vecinos amargos con la vida. Por eso mismo, investigué antes de mudarme.

𝙴𝙽𝚃𝚁𝙴𝚃𝙴𝙽 𝙼𝙸 𝙵𝙴 | 𝘎𝘰𝘰𝘥 𝘖𝘮𝘦𝘯𝘴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora