𝘾𝘼𝙏𝘼𝙍𝙎𝙄𝙎

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Segundo y último día

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Segundo y último día.

Siempre se ha dicho que la imagen de la ciudad es triste por su aspecto sucio y tonos apagados, pero ese día encontraba un color resaltando detrás de ese tono grisáceo de las nubes. Las hojas anaranjadas pintaban la ciudad con cierta nostalgia que le daba escalofríos.

La mañana era fría, tanto que se preparó una taza con chocolate caliente para repeler el frío de su cuerpo. Alejándose de la ventana, admiró su departamento. Todo estaba tan vacío, salvo por una excepción muy linda.

Los colores vivos celeste, amarillo y la pureza del blanco de aquel ramo de flores ahora colocados en un jarrón con agua, alegraba el vacío del lugar. Las miró embobado y con un dolor en su pecho cual punzada, después de todo, no se podrá llevar consigo las flores. Al menos, tiene la certeza de que la siguiente persona que alquile el piso se llevará una grata sorpresa.

Terminando su taza de chocolate caliente, partió de camino a su trabajo; no pensaba en faltar ni un día, así sea el último, quería dejar la línea de su trabajo impecable y así tal vez poder encontrar algún otro trabajo de medio tiempo en su ciudad natal. Bueno, si así se lo permitiese Señor.

Esta vez no existía un modo automático, su mirada recorría con melancolía cada rincón de la ciudad, como queriendo guardar fotos mentales para él para cuando ocupase deshacerse de algún malestar en la lejanía.
Al llegar a la biblioteca fue más de lo mismo, incluso procuró tomar fotos de cada pasillo, cada libro colocado en orden en sus estanterías.

—Que tengas siempre buenos días, Uriel —dijo sonriendo.

No hubo respuesta, pero eso fue lo de menos, había logrado despedirse de la primera persona que se topó en la biblioteca al ser aceptado en su trabajo actual. Nunca tuvo un buen acercamiento con Uriel, la línea que compartían no pasaba de lo profesional, era como un bucle, una rutina de saludarla, pedirle la hoja donde firmaba su asistencia y salida y despedirse, era todo. Pero esta vez fue diferente, aunque, claro, Uriel no se percatara como tal de que Aziraphale se estaba despidiendo.

Mientras comenzaba con su trabajo habitual, a su mente llegó una conversación con Crowley, bueno, mejor dicho, dos conversaciones con él.

El lugar favorito de Crowley era su trabajo, la florería, y más aún lo era el invernadero, por eso mismo disfruta mucho de todo eso que hace con todas esas plantas y flores. Después estaba él, quien no sabía dónde era su lugar favorito, o si al menos lo había encontrado, pero le es difícil pensar en un lugar favorito en donde se mantuviera en paz y protegido.

Miró con determinación cada libro que acomodaba en los estantes. Los libros no siempre fueron lo único que tuvo en la vida, lo tuvo todo cuando era niño, pero a esa misma edad lo perdió. Tuvo que aprender muchas de las cosas que una persona común aprendería a su ritmo de crecimiento, lo correcto era que siguiera con su infancia, jugar con barro mientras descubría lo aterrador del mundo muy a poco. Pero no se lo otorgaron, al contrario, él tuvo que madurar a temprana edad y es por lo que se sostuvo en los libros, puesto que le ayudaron muchísimo.
Ama los libros, el inmenso de historias que puede encontrar detrás de una portada, pero lo descarta totalmente como su lugar favorito.

𝙴𝙽𝚃𝚁𝙴𝚃𝙴𝙽 𝙼𝙸 𝙵𝙴 | 𝘎𝘰𝘰𝘥 𝘖𝘮𝘦𝘯𝘴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora