𝘾𝙊𝙋𝘼𝙎

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"La verdad yace en los ojos"

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"La verdad yace en los ojos".

Dicen que los ojos son las ventanas del alma, un vidrio transparente con el cual podemos leer a las personas. Muchas veces, esas ventanas tienden a opacarse con granos de arena, incluso tormentas enteras, no se dejan ver. Aunque existe esa posibilidad de encontrar esa persona perfecta que sepa leer tus ojos; es ahí en donde se sinceran y alejan toda esa odiosa arena.

Pero, oh, Dios. ¿Qué es lo que estaba mirando en ese momento?

Un ángel, al cual le cubría una fina tela —no del todo, pero ahí estaba—, estaba en una especie de jardín muy vivo, verdoso. Pero eso no era lo curioso, o, mejor dicho, lo curiosamente aterrador, lo era su mirada. La misma mirada que dirigía al cielo repleto de blancas nubes.

Ladeó la cabeza intentando buscar otra perspectiva.

No había nada que analizar en lo demás, como sus labios, todo el resto era una postura calmada, serena. Pero sus ojos, todo recaía en los ojos de aquel ángel, era como si tratara de expulsar todo mediante sus ojos.
Una mirada penetrante, no existía rastros de felicidad, era algo más llevado por lo nostálgico. ¿Era un grito de ayuda? ¿Ira? ¿Dolor? ¿Una mezcla de todo? Le recordaba hasta cierto punto al cuadro del ángel caído.

No era cualquier cuadro comprado en alguna tienda de adornos para el hogar, se notaba la dedicación de cada trazo hecho a mano sobre el lienzo, los pequeños relieves de pintura. Pero, ¿cuál era la idea del autor?

Si sigues así, no te quedarán uñas, se reprochó a sí mismo.

Detuvo su momento de ansiedad, y evadió la mirada ante aquel cuadro.

¿Será que Gabriel sabía exactamente el revoltijo que le causaba a sus empleados al ver el cuadro antes de entrar a su oficina? ¿Sería alguna especie de truco para mantenerte bajo el miedo? Porque si era así, lo va logrando con Aziraphale dos veces, tanto como para regresar a la realidad y ver que ya casi se quedaba sin uñas.

De un leve sobresalto, recompuso su postura recta al ver como la puerta delante suya se abría.

—Aziraphale —habló—, adelante, entra a mi oficina.

Sintió un mareo al levantarse de su lugar, por el cual, por inercia, se llevó una mano a su estómago. Con piernas temblorosas dio un par de pasos.
Su ansiedad volvió demandando huir del lugar, terminando por hacer presencia haciendo temblar sus manos de manera leve.

Al ver toda esa dificultad, tomó un profundo respiro y recolectó de cada esquina de su cuerpo los pocos de valentía que tuviera. Y fue así como, recomponiendo su postura por segunda vez, entró a la oficina.

—Por favor, toma asiento —señaló con una enorme sonrisa.

A su mente volvió el cuadro de aquel ángel. Era mejor su sonrisa que la de Gabriel sin dudas; la sonrisa de Gabriel daba escalofríos, te ponía en alerta pensando lo peor. Por esa razón, simplemente obedeció.

𝙴𝙽𝚃𝚁𝙴𝚃𝙴𝙽 𝙼𝙸 𝙵𝙴 | 𝘎𝘰𝘰𝘥 𝘖𝘮𝘦𝘯𝘴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora