Capítulo IV: Ladrones

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Estaba silencioso.

Muy silencioso.

Finalmente las fogatas se habían apagado, y lo único que iluminaba el campamento eran las linternas sordas que colgaban de los postes de la barricada, además de unos cuantos veladores nocturnos que se dedicaban a la guardia.

No era una noche exactamente cálida. Podía escucharse el suave murmullo de la brisa, haciendo que el follaje de los árboles hiciera sonar sus silbidos solitarios.
Los grillos tocaban en orquesta natural, y unas cuantas luciérnagas podían verse revoloteando en el resto de los pastizales, fuera del fuerte.

Lady Marianne bostezó, levantándose de su lugar. Comer a la intemperie era agradable, aun cuando Lord Daniel había tenido razón y la sazón de las habas y la carne que habían cocinado los obreros de la construcción dejaban mucho que desear.

Tomando un fresco trago de agua para desvanecer el desagradable y salado sabor en su paladar, Marianne siguió a su prometido a la cabaña.

El la miraba con algo de incertidumbre. No alcanzaba a comprender por qué una muchachita de corte estaría tan fascinada por pasar el rato en un lugar inhóspito y desconocido como lo era aquel continente. Entendía que era una aventurera, pero el hecho de que estuviera tan llena de entusiasmo, le intimidaba hasta cierto punto.

Lord Daniel era un hombre más bien serio.

Sin embargo, la visión de su futura esposa, adormilada y cansada, con un delicado mechón de pelo cubriendo su cara, enterneció su corazón al momento (para su propia sorpresa) y tomándola en sus brazos, cubriéndola con su manto de noble, la encaminó a su lugar.

Había algo dentro de él. Algo muy en el fondo que probablemente por sí mismo nunca querría admitir, pero que su corazón y sus entrañas tenían bien presente. Ella evocaba recuerdos de una época pasada. Una época más feliz donde no siempre fue el áspero y estoico arquitecto de la corte que ahora todos conocían.

Lady Marianne le sonrió con dulzura al llegar ambos a la cabaña. Lord Daniel le dedicó otro tanto, acariciando su mejilla y acomodando las hebras de hermoso cabello detrás de su oreja con delicadeza.
Todavía con ella de un brazo, decidió levarla a su habitación.
Una vez corriendo la cortina, ella se deslizó por debajo de los cobertores, dejando salir un suspiro, que hizo sonreír a su prometido.

Antes de irse, el se aseguró de taparla y acunarla muy bien sobre las almohadas.

Marianne reconoció que estaba siendo mucho más atento que de costumbre.

- ¿Hice algo?- Le preguntó, con un suave murmullo de voz.

El la miró confundido.- ¿Por qué lo preguntas, querida?

- ... No sueles estar tan cerca de mí sin una razón de por medio...

Lady Marianne tenía razón. Daniel no era el tipo de hombre que mostraba cariño de una forma tan gratuita.
Sin embargo, en momentos más íntimos entre los dos, ella podía vislumbrar una chispa de ternura que, aún con todos los protocolos y la formalidad de su trato, relucía en pequeños detalles como este.
Su dinámica era agradable. No eran la pareja más apasionada, melosa o encendida según lo que cualquiera podría esperar de un par de recién comprometidos tan jóvenes. Pero ambos se apreciaban a su manera.

Ella le miraba a él como un hombre admirable, dedicado, inteligente y noble.
El la veía como una rosa. Delicada, hermosa, dulce y llena de vida.

Tal vez no se amaban en toda regla, pero los dos tenían bien claro el valor de la persona que estaba en frente. Y eso era suficiente para los estándares de su sociedad.

Garra de Oso, Ciervo del Bosque [Pocahontas FanFiction] // Kocoum x OC Donde viven las historias. Descúbrelo ahora