—Si no te gusta esto, puedes irte a casa.
Una voz clara resonó en el bosque, el cual estaba oscuro incluso al mediodía.
Árboles, musgo, hiedra. Este era un mundo donde uno pisaba las ruinas de edificios blancos abandonados, un lugar en donde todo el camino estaba regido por frondosas plantas.
Las ruinas de la gran ciudad, probablemente construida en la Era de los Dioses, o al menos en la primera era de aquellos que usaban palabras. (Los Iluminados)
Incluso los elfos reconocen que nada perdura bajo el paso de meses y años, y sin embargo...
Esta escena era especialmente triste. Fisuras recorrían las elaboradas esculturas; los suelos
de piedra alguna vez pulidos, ahora estaban destrozados. A través de las ramas que se
extendían sobre sus cabezas como un techo, unos cuantos rayos de luz, aunque no suficientes, se filtraban. Este lugar alguna vez había sido una ciudad, pero ahora no era nada, solo ruinas.Árboles y plantas eran sus únicos residentes ahora.
A través de este paisaje, marchaban cinco figuras en una sola fila, llevando todos los ítems imaginables. Ellos eran, por supuesto, aventureros.
La voz pertenecía a la joven que estaba a la cabeza, encargada de la exploración. Sus largas orejas, la prueba de que era un elfo mayor, se estremecieron.
—Esto no significa nada si vienes obligado.
— ¿No? La respuesta fue brusca, casi mecánica.
Venía del segundo en la línea, un guerrero humano con un casco sucio y una armadura de cuero. En su cadera había una espada que parecía tener una longitud extraña; en su brazo había un escudo redondo y pequeño; y en su cintura colgaba una bolsa llena de baratijas.
Era un equipo ligeramente mejor al de los jóvenes entusiastas. Pero sólo eso. No parecía la gran cosa. Sin embargo, sus pasos y la forma en que caminaba, irradiaba seguridad.
Su extraño caminar de guerrero, le daría una extraña impresión a cualquier curioso que
volteara a verlo.—Esta aventura.
La elfa no se volteó. Sus largas orejas revoloteaban incesantemente.
Muchos elfos eran rangers. Eran exploradores a la par con las rheas, incluso si esa no era su
especialidad.Saltó sobre la prominente raíz de un árbol con tanta facilidad que parecía no pesar nada.
Las orejas de la elfa saltaron.
—Pero esto fue lo que acordamos. Y no me negaré a pagar lo que prometí, continuó.
Sus orejas volvieron a caer.
La tercera persona en la línea suspiró ante las palabras del hombre.Una pequeña, joven, inexperta y la más bella del grupo, una chica humana. Ella agarraba un báculo con las dos manos, y usaba un atuendo de clérigo sobre su cota de malla. Ella era una sacerdotisa.
Ella movió el dedo con un gesto reprobador al guerrero, como si dijera — ¿Qué voy a hacer
con él?—No lo digas así. Necesitas una mejor actitud.
— ¿Yo?
—Sí, tú. ¡Justo cuando ella está siendo tan considerada contigo, y con todos!
— ¿Es eso así...?
Murmuró el guerrero, luego se calló. Su expresión estaba escondida detrás
de su casco. Un momento después, giró sombríamente hacia la elfa y le preguntó directamente— ¿Es cierto?
— ¿Podrías no preguntar eso?
Dijo la elfa, inflando sus mejillas.En realidad, desde que había pedido “una aventura” como su recompensa por ayudar al
guerrero a defender cierta granja, la elfa había estado de muy buen humor.