Capítulo dos: Casillero del Diablo.

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BELÉN

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BELÉN

En nuestro penúltimo día en Nueva York me sentía extraña, con la sensación de que sólo estaba viviendo hacia el exterior y no había escrito en mi diario. Habíamos recorrido teatros, llorado con el Rey León, visto el Times Square, el metro, comido pizza y hots dog. Sólo nos faltaba el Central Park.

Quería estar sola, así que esperé a que Ángela se durmiera, para tomar mis cosas, ponerme botas y escabullirme al bar del hotel. Mi diario, un lápiz, mi celular, la tarjeta de la habitación en mi bolsillo y nada más. Me senté en una mesa cerca de la barra, dónde colgaba una lámpara de luz tenue y cálida.

Pedí una botella de vino, estaba harta del café de Nueva York y los tragos preparados, quería vino tinto, una botella sólo para mí, no tenía con quien compartirla y estaba acostumbrada a descorcharla de un tirón y llenarme la copa sola. Quería volver y abrazar a mi familia. Me senté con 750 cc de Casillero del Diablo y comencé a escribir. Afuera llovía, aún es noviembre, pienso en que en Santiago los árboles están primaverales y extraño un poco el calor.

Estaba sirviendo la segunda copa, dejando casi la mitad del líquido rojo en la botella, cuando veo entrar a Pedro Pascal. Conchasumadre, pensé, mi corazón dio un salto, me sonrojé, y cerré el diario como gesto automático. Se volteó hacia dónde estaba sentada y me vio. Sus ojos de aceituna se fijaron en mí y creo que por un momento, mi corazón se detuvo, mis mejillas se encendieron aún más y sentí un calor intenso en la espalda. Me apunta y dijo riéndose.

--La chica de la maleta, ¿no? ¿La de la maleta con listón morado?

--Sí, si soy.-respondí, sintiéndome nuevamente una estúpida.

--¿Te estás quedando aquí?

Asentí, tratando de disimular lo nerviosa que estaba. Pensé en cómo hacer que quisiera sentarse cerca, pero no debí pensar mucho, me vio tomando vino, alzó una ceja, así que le extendí una silla. Tenía que conseguir una foto. Quería hablar con él, desde el día que llegué a Nueva York su cara y su voz me perseguían.

--Sí, estoy espantando el insomnio con un buen vino.

Se sentó tomando la botella y exclamó.

--¿Casillero? Bacán, justo ando por aquí haciendo un comercial para esa marca.

Vestía traje, el mismo del comercial que había visto mil veces.

--Por eso la ropa, pediré otra copa-agregué.

--No, no es necesario.

--Ya po...déjame invitarte.-le dije, adoptando un tono de voz más relajado, a pesar de que estaba hecha un nudo de nervios.

Increíblemente aceptó, creo que más por educación que otra cosa. Mi vista estaba clavada en él, en su cabello, sus ojitos, su boca, su perfil, su barba. Cuando habló, volví a ponerme en piloto automático.

Mi Sono Innamorata (Pedro Pascal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora