Capítulo 25

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Ayer, después de aquella extraña escena que viví con el rey de cabellos platinos —no quería ni recordar su nombre, por miedo a invocarle— él consiguió forzar la cerradura de la que había sido mi habitación en el palacio de Ambrosía

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Ayer, después de aquella extraña escena que viví con el rey de cabellos platinos —no quería ni recordar su nombre, por miedo a invocarle— él consiguió forzar la cerradura de la que había sido mi habitación en el palacio de Ambrosía. La idea de dejarme dormir en su habitación había quedado totalmente descartada después de... de eso.

Sinceramente, todavía no sabía cómo me había atrevido a apuntar a un rey con un cuchillo. Con un cuchillo de untar.

Corrección: a dos reyes. Rommel era el segundo, después de Psychikos.

Al contrario de lo que esperaba, esa noche había dormido sin ningún problema.

Después de que Rommel me acompañase a mi habitación y se despidiese, para mi sorpresa, bastante amable —teniendo en cuenta que le había apuntado con un arma—, me dejé caer sobre la cama y, en menos de tres minutos, caí rendida ante el sueño. Y durante más de ocho horas, no me moví ni un centímetro.

Ahora que unos golpes en la puerta me acababan de despertar, empezaba a recobrar el sentido.

¡Había conseguido un contrato! ¡A manos de un rey! Los Mágicos, una vez ponían su firma en un papel, no podían incumplir lo que se hallase escrito en este. Lo que significaba que ahora tenía un trabajo, la certeza de que mi hermana saldría de ese puto campamento en el que la estaban explotando, y la protección asegurada de mi hermana por parte de Rommel.

Estiré los brazos, que me dolían después de la intensidad del día de ayer, y recordé que habían llamado a la puerta hacía unos minutos. Y recordé también que nadie, a excepción de Rommel, sabía que yo me encontraba ahí.

Mierda.

Entonces, tenía que tratarse de él.

No estaba, ni de lejos, preparada para enfrentarme a esos ojos color ámbar.

Ayer, a pesar de que mi plan desde el principio había sido conseguir un contrato firmado, me había dejado llevar demasiado.

Aun sentía el peso de sus manos sobre mi cintura. Y el tacto de sus ásperos dedos entrelazados con los míos.

Sacudí la cabeza.

El día que le conocí pensé que Rommel era el hombre más atractivo que había visto; que su porte, sus ojos, su pelo... todo de él, era incomparable con cualquier criatura masculina que hubiese conocido. Con esos pensamientos en la cabeza, me di cuenta de lo mucho que me atraía.

Porque solo se trataba de eso. Rommel me atraía físicamente; era un hecho, pero hasta ahí. Solo era eso: atracción. Seguía sin confiar en él, por muy bueno que pareciese y por muy bueno que estuviese; y solo el tiempo le conseguiría mi confianza.

De todas formas, creyendo que sería él el que se encontrase tras la puerta, me obligué a mí misma a tomar cierta distancia de él a partir de ahora. Lo de ayer, nuestro baile, aunque lo había disfrutado, lo había hecho por el plan. Y, como ya no tenía plan que requiriese acercarme a él, no me acercaría a él más de los estrictamente necesario. Eso también era un hecho.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora