—¿Qué puedo decir esta vez? —le sonreí a Ambrosía, a pesar de que no podía verme.Me sentía completamente abatida. A tal nivel que me daba igual estar de rodillas frente a aquella reina, mientras esta decidía qué hacía conmigo.
—¿Deseas morir? ¿Es eso? —preguntó ella, seria.
—Deseo muchas cosas.
—¿Sabes? —empezó, ignorando mi respuesta y dando vueltas a mi alrededor. —Si quieres que te mande a la horca, dilo, no hace falta que incendies mi campamento—. Dejó de avanzar justo cuando se hallaba detrás de mí. Entonces, noté el frío metal de un cuchillo en mi cuello. —Aunque debo reconocer que me has sorprendido. Sé por qué lo has hecho.
—¿Y por qué lo he hecho? —le inquirí, interrumpiéndola.
Ella ejerció presión con el cuchillo, que apartó unos centímetros de mi cuello cuando empezó a brotar sangre de este. Me había hecho una pequeña herida.
Puse una mueca.
—No me interrumpas cuando estoy hablando. —Amenazó; su voz tan fría y cortante, más intimidante que el arma que reposaba en mi cuello. —Odio cuando los hombres me interrumpen. Por alguna razón, se creen que lo que tienen que decir es más interesante. ¿Tú crees eso? ¿Crees que tus palabras son más interesantes que las mías?
Solté un bufido, parecido a una carcajada floja. Era totalmente actuada; nada de esa situación me hacía gracia.
Sentí a Ambrosía ardiendo del enfado y me maldije por todo lo que le estaba diciendo. Más bien, por cómo se lo estaba diciendo.
Entonces, Ambrosía movió el cuchillo bruscamente, pillándome desprevenida.
Aguanté la respiración inconscientemente, hasta que me percaté de que lo que había hecho había sido cortar la cuerda con la que me habían atado las manos.
Me levanté y me giré, para tenerla cara a cara, aunque tuve que esforzarme mucho para no caerme. Hacía poco que había despertado del golpe que Saturno me había dado.
Mi lista de objetivos no disminuía a cada plan que yo llevaba a cabo, como cabía esperar, sino que iba sumando más y más. Ahora, mi nuevo objetivo, después de llevarme a mi hermana y matar a Psychikos, era matar a Saturno. Y lo tenía claro. Le haría sufrir como lo había hecho yo cada día que me había tenido encerrada en aquella habitación, y como cada día en el palacio de Arcadia en el que yo le pedía respuestas y él se negaba a dármelas. Y, sobre todo, le haría sentir el dolor de perder a una hermana.
—Lo que creo es que esta conversación no nos lleva a ninguna parte, y, como estoy segura de que ya tienes pensado qué hacer conmigo, te pido que me lo digas y no lo alargues más.
—¿Te crees en posición de pedirme algo?
—Creo que, haga lo que haga y diga lo que diga, vas a matarme igualmente, así que no merece la pena que me muerda la lengua.
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El peón del rey (Coronas de Papel I) ©
Fantasy"Tan solo era un peón más en el tablero al que los reyes jugaban. No podía moverme de una casilla a otra por mí misma; ellos decidían por mí. Y habían demostrado tener el poder de sacarme o dejarme en el tablero. " Todos los seres vivos del reino de...