Capítulo 34

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DESCONOCIDO

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DESCONOCIDO

Podía sentir su preocupación desde la otra punta del barco, sin siquiera estar con ella. Podía, incluso, saber con exactitud lo que le producía ansiedad, precisamente, porque a mí también la producía. ¿Por qué? Ni idea. Me preocupaba por Korina, y cada vez la sentía más cercana a mí, pero no lograba entender por qué no podía parar de pensar en ella y en su seguridad, e, incluso, en la de su hermana.

Tenía los nervios a flor de piel, y no dejaba de darle vueltas a lo mismo: ¿cuándo llegaría la guerra contra Infrerto? Porque Korina y Perséfone no estaban seguras ni preparadas, y yo tenía que encargarme de que lo estuviesen. Como fuese.

Me incorporé de la cama y me pasé una mano por el pelo.

¿Y si le pasaba algo? ¿Y si Xymen o Psychikos le hacían daño?

Sacudí la cabeza.

Yo no era así. Yo no me rayaba por todo.

Tómatelo con calma. No pienses en lo que podría pasar y céntrate en lo que está pasando ahora.

Me asomé por el ojo de buey y me giré para mirarme de reojo en el espejo que había pedido que me trajesen a la habitación.

Tratando de pensar en otra cosa, me dije a mí mismo: "eso sí que está pasando", mientras miraba los trabajados músculos de mis brazos, que antes no habían estado así. Me vestí con una camiseta blanca de tirantes, aún sin apartar la mirada de mi propio reflejo.

Cuando terminé de prepararme, salí de mi camarote, decidido a estudiarme todos los libros de estrategia militar que había en la biblioteca del barco. Ya los había leído todos, pero nunca le había prestado atención a aquellas partes que hablaban de "huir". Con Korina empezaría por ahí: la enseñaría a huir, a buscar la manera de escapar del peligro, por si acaso la guerra llegaba antes de lo que esperábamos y, por tanto, antes de poder entrenarla para defenderse. Después, me encargaría de que pudiese controlar sus nuevos poderes, que tan nuevos eran para ella, aun traicionando así lo que le había jurado a él.

Y si todos mis intentos fallaban y el mantenerla con vida se complicaba, la sacaría de ahí. Me las llevaría conmigo —a Korina y a Perséfone— al lugar más alejado de la batalla, aunque eso supusiese traición a mi patria y a mi tierra.

"Estoy enfermo", me dije, al darme cuenta de que estaba dispuesto a trasladar mi lealtad de mi lugar de nacimiento a Korina, a la que conocía desde hacía no mucho. Por algún motivo que escapaba de mi comprensión, no sentía remordimiento alguno por ello.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora