Capítulo 28

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Maratón 2/2

"Mis huesos solo son ceniza,mi futuro solo es azar

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"Mis huesos solo son ceniza,
mi futuro solo es azar."


Respiré hondo, mientras esa estrofa irrumpía en mi cabeza. No podía ser más acorde a la situación en la que me encontraba.

—¡No te caigas!

Frené en seco, sintiendo mi corazón dando un vuelco en mi pecho, que el susto me había provocado.

—¡Si me asustas así, me caeré de cabeza, pedazo de imbécil! —le grité a Estigia, sin apartar los ojos de la madera sobre la que mis pies caminaban. A la derecha de estos estaba la proa del barco; a mi izquierda se encontraban las olas chocando con el casco de barco. Si me resbalaba hacia la derecha, caería duramente sobre el suelo, seguramente, abriéndome una buena herida en la cabeza o en las rodillas, dependiendo de cómo cayera; en cambio, si cayese hacia la derecha, las olas del mar me aplastarían el cráneo contra el barco. En resumen, derecha: dolor intenso; izquierda: muerte asegurada.

Respiré hondo.

La madera de la barandilla sobre la que caminaba estaba algo mojada por las olas altas que la alcanzaban, y, como consecuencia, resbalaba.

—Equilibrio, Korina —dijo Estigia, más calmado. —Confía en tus pasos, y, sobre todo, confía en Tálespel.

—¡¿Cómo quieres que confíe ahora mismo en la tierra si estamos en el mar?! —Perdí la paciencia, y también el equilibrio. Resbalé y caí sobre la barandilla de rodillas.

Sentí un pinchazo en el corazón que me hizo aguantar la respiración. Fue cosa de un segundo, pero un latigazo de dolor me recorrió, inmovilizándome.

—¡Tálespel está en todas partes, Korina! Pero si no lo crees así, no estará. ¡Como acaba de pesar!

—¿Me estás diciendo que me he caído por pensar que Tálespel no está aquí presente, y no porque me estás estresando y asustando con tus gritos!

Intenté levantarme, pero mis piernas temblaban del terror. ¿Qué clase de entrenamiento era ese? Si ni siquiera iba a sobrevivirlo.

—¡Exacto! —exclamó Estigia justo cuando había conseguido levantarme, y haciendo que resbalase otra vez del sobresalto.

Solté un gemido al rasparme las rodillas contra la madera del barco, a pesar de llevar unos pantalones de tela considerablemente gruesa.

—¡Siéntela! ¡Siente a Tálespel y confía en ella! Ella está presente en todo. En el viento que te golpea el rostro, en las olas que te salpican las piernas, y en el barco sobre el que tus pies están apoyados.

Miré hacia delante, hacia la línea en la que el mar y el cielo se desdibujaba y convertía a ambos en uno solo, y, mientras, me pregunté qué drogas desayunaba Estigia.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora