VII

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Redes.

El cañón que anunciaba la muerte de otro tributo se había escuchado una vez más. Había pasado al rededor de una semana después del anuncio que los vigilantes había dado y los tributos restantes en la arena parecían haberse adaptado de buena manera a la arena.

Finnick y Eris se había dedicado a fabricar redes hechas con vainas que lograron conseguir en la arena y hasta día de hoy una de ella había dado su resultado.

—¡Trill! ¡Trill!— Eris miraba desde los arbustos la forma en que la tributa del distrito doce se removía en la red de manera desperada y los gritos también se hacían cada vez más desesperados—¡Trill!—mientras continuaba buscando una salida su mirada se encontró con los ojos azules de la de la niña entre los arbustos. Sus ojos se mantuvieron fijos en ella por unos segundos hasta que finalmente pareció caer en cuenta de lo que significaba.

La red continuó balanceándose constantemente por un tiempo más hasta que Eris decidió salir de entre la vegetación y detuvo la red.

—Perdón—Murmuró antes de que la chica dentro de la red de moviera aún más desesperadamente.

—¡No! ¡No, no por favor!—las súplicas de parte de la chica se detuvieron cuando Eris finalmente utilizó su katana para darle fin.

—Mira lo que conseguí—A sus espaldas se encontraba un sonriente Finnick que en sus manos sostenía una red, igualmente improvisada, llena de pescado. —Ah, tu también encontraste algo—el muchacho alzó las cejas mientras miraba la sangre que chorreaba de la hoja de la katana.

—No creí que realmente las redes funcionaran—ella comentó mientras miraba la red en la que se encontraba el cuerpo de la chica y que todavía colgaba de una de las ramas de un árbol de caucho.

—Por favor, soy del distrito cuatro—Finnick presumió apenas tuvo la oportunidad, lo había estado haciendo con diferentes cosas durante la última semana.

Eris simplemente dejó escapar una pequeña sonrisa y luego cortó la soga que sostenía la red con el objeto de que el aerodeslizador pudiera llevarse el cuerpo.

—¿Donde está el otro?— Finnick preguntó. Eris se dio la vuelta y lo miró curiosa.

—¿El otro qué?

—El otro tributo. El cañón se escuchó dos veces—frunció el ceño, confundido.

—Creí que habías sido tú—Finnick miro hacia el cielo cuando el aerodeslizador apareció y minutos después se llevó el cuerpo de la tributo del distrito doce.

—Como sea—dijo restándole importancia. Luego se acercó a Eris cuando recordó algo—vi humo, allí—él señaló una parte de la arena que se encontraba no muy lejos—. Luego escuché el cañón.

—¿Qué crees que sea?—ella preguntó mientras limpiaba la hoja de su katana con la tela que, días atrás, había utilizado para vendar la herida de Finnick. Ya ni siquiera tenía que usarla. Los dos eran niños bonitos y privilegiados que gracias a sus patrocinadores recibían regalos a más no poder y que gracias a ello la herida de Finnick no llegó a infectarse y ahora estaba casi sana.

—No sé—mientras continuaban discutiendo sobre aquello la conversación se vio interrumpida por una repentina explosión.

Una mina.

Habían pisado una mina accidentalmente.

Ambos salieron disparados ante la explosión,  no había sido tan fuerte para causarles daños físicos visibles, pero si lo suficiente para dejarlos desorientados.

𝙈𝙚𝙩𝙖𝙣𝙤𝙞𝙖 | 𝐅𝐢𝐧𝐧𝐢𝐜𝐤 𝐎𝐝𝐚𝐢𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora