IX

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El infierno apenas comienza.

—No creí que pasaría eso—la culpa lo consumía y el silencio de Eris lo hacía sentir mucho peor. Finnick se encontraba prácticamente de rodillas frente a ella mientras trataba de disculparse por algo que él no hizo—Si me hubiera quedado como Emerald me lo dijo…

—Iba a pasar en algún momento—finalmente la niña habló, dejó de mirar a un punto fijo y ahora dirigió su mirada a Finnick.

—Pero...—antes de que pudiera continuar Eris lo interrumpió.

—No es tu culpa.

Por su lado Terra aún después de perder a Finnick había corrido sin parar hasta llegar a unos de los tantos árboles de caucho en la arena. Se tumbó justo al tronco y permaneció allí por unos minutos hasta que su imaginación la hizo escuchar la voz de Spruce nuevamente.

—Confié en ti—Terra alzó la mirada y al momento de hacerlo se topó con la mirada de quién había sido su aliado y sin decir ni una sola palabra solamente arrojó una roca hacia el lugar en donde se encontraba antes de dejarse caer contra el suelo donde comenzó a llorar.

—No importa cuan arrepentida estés, eso no lo traerá de vuelta—ahora la voz se Emerald se hizo presente, claro que no era real y solo se trataba de una alucinación de parte de Terra, pero se veía y sentía tan real que no podría distinguir entre lo que era real y lo que no.

Pero lo que le ayudo con ello fue el ver a uno de los tributos pasar de largo corriendo y ni siquiera detenerse aunque la había visto. Al principio pensó que era otra alucinación, pero cuando vio a un muto salir de los arbustos fue cuando finalmente reaccionó.

Al principio lo único que hizo fue arrastrarse por el piso en un intento desperado de ponerse de pie que se volvía más difícil debido al barro resbaladizo bajo sus manos y pies.

Su lucha por ponerse de pie acabó cuando el muto que se acercaba a ella cayó y al alzar nuevamente la mirada se encontró con la de quién menos deseaba ver ahora mismo.

La castaña con aquel arco que en esta ocasión no estaba allí exactamente para ayudarle. Emerald la miraba desde la distancia con su arco en mano, tan solo bastaba que ella quisiera para poder disparar la flecha que iría directamente a Terra, pero como si los vigilantes y la arena estuvieran en su contra los Charlajos se hicieron presentes otra vez y comenzaron con lo que eran murmullos de las últimas palabras de Spruce, que luego se convirtieron en gritos de auxilio con su misma voz.

Estaba claro que el Capitolio quería torturar a los tributos hasta su último momento y lo estaba logrando.

Emerald dejó de prestarle atención a Terra para simplemente comenzar a disparar cuántas flechas le fueran posibles para acabar con los Charlajos y al no poder hacerlo simplemente dejó caer el arco y se cubrió los oídos con las palmas de las manos para evitar torturase más.

«¡Emerald!»

Lo más doloroso ni siquiera era escuchar los gritos de ayuda, sino el ni siquiera saber si realmente Spruce había pedido ayuda de esa manera y ella ni siquiera había podido hacer algo para ayudarle.

Mientras Emerald se cubría los oidos con las palmas de las manos se dejó caer al suelo de rodillas y trató de esconderse de alguna forma, con su propio cuerpo.

—Ya basta—lo único que alcanzaba a murmurar entre los constantes gritos y súplicas de parte de los Charlajos eran esas dos palabras, una y otra, y otra vez, sin detenerse.

Ni siquiera cuando comenzó a sollozar.

Ella misma sabía que al detenerse a llorar se ponía la merced de cualquier otro tributo, incluida Terra, pero no podía evitarlo.

𝙈𝙚𝙩𝙖𝙣𝙤𝙞𝙖 | 𝐅𝐢𝐧𝐧𝐢𝐜𝐤 𝐎𝐝𝐚𝐢𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora