XIII

191 21 5
                                    

A nada de los juegos.

La habitación estaba en silencio a excepción del leve ruido que causaba su respirar. Con los ojos fijos en el techo, los pies colgando del borde de la cama y la mente perdida en la nada Eris se mantenía en "paz".

"Paz" que se vio interrumpida cuando alguien irrumpió en la habitación, y digo paz entre comillas porque eso no era paz, era sufrimiento en silencio.

Su mirada dejó el techo solo para encontrarse con Dale Hawkblossom, su viejo mentor.

—Vaya, me alegra tanto verte—el hombre comentó apenas dio un paso dentro de la habitación.

—Pues a mí no, Dale—el viejo dejó escapar una pequeña risa que luego se vio acompañada de un suspiro.

—Sé lo que te pasa, estás celosa porque ahora no seré solo tu mentor.

Las cejas de la joven Snow se torcieron en cuanto escuchó aquello y aunque no hubiera dicho nada su rostro lo decía todo.

—Por favor…

—Para serte sincero…—el hombre tomó un respiro antes de proseguir—odio a Eros, y sé que acabo de conocerlo, pero es más insoportable que tú.

—Ajá, ¿qué más?—aquellas palabras sonaban indirectamente como una manera de decirle a Dale que no le importaban sus quejas en lo absoluto, pero eso no pareció importarle al hombre.

—Necesito que vengas a la sala—el hombre de sentó en el borde de la cama teniendo la mirada de su tributo todavía sobre él.

—¿Para qué? ¿Para conocer a los otros tributos? Ya los conozco a todos.

—Crees—él le dio un ligero apretón en la rodilla antes de ponerse de pie y salir de la habitación. Eris de sentó en la cama y miro la puerta por unos minutos sin despegar la vista de allí antes de resignarse y finalmente salir de la habitación.

En el camino comenzó a recordar algunas cosas.

En el distrito ocho, durante la gira de la victoria intentó entregarle el colgante de Spruce a su madre, tal como él se lo había pedido, pero la mujer se negó a tomarlo. En ningún momento fue grosera con ella, en cambio, le agradeció a ella y a Finnick por "cuidar de su hijo" y era extraño que alguien de los distritos no la quisiera abofetear en cuanto la tenía de frente, como la madre de Emerald.

En los próximos años Eris nunca entendió como una chica tan dulce podía ser hija de una bruja desgraciada como esa.

En cambio en el distrito tres no hubo a quien tuviera que enfrentar, ya que la familia de Terra no estaba allí. Cuando ella decidió quitarse la vida en la arena le dio también a toda su familia la muerte segura, lenta y dolorosa frente a todo el distrito tres.

Cuando Eris llegó a la sala recibió las miradas de todos los presentes, haciéndola suspirar antes de tomar asiento junto a Finnick quien tan solo unos segundos después tomó su mano y comenzó a trazar algún tipo de patrones en la palma de su mano.

—¿Todavía usas ese anillo?—su pregunta en realidad parecía más una afirmación. Eris lo miró y simplemente se encogió de hombros.

—Por si se me antoja matarme—un atisbo de sonrisa apareció en sus labios cuando Finnick la miró de una manera seria y rodó los ojos antes de
dedicarle una pequeña sonrisa.

Para ser sincera, Eris tampoco entendía porque seguía usando ese anillo si lo único que hacía era traerle malos recuerdos sobre la primer persona a la que había matado.

—Los hermanos del distrito un…—En cuanto Dale mencionó a aquellos dos hermanos Eris alzó la vista y miro la pantalla unos segundos antes de interrumpir.

𝙈𝙚𝙩𝙖𝙣𝙤𝙞𝙖 | 𝐅𝐢𝐧𝐧𝐢𝐜𝐤 𝐎𝐝𝐚𝐢𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora