Capítulo Siete: El ángel de la muerte

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Ezrael/Edward POV


Capítulo Siete


Nunca había sentido algo parecido a esto, la sensación iba más allá de lo natural que estaba acostumbrado a sentir. Además, el dolor era cosa de mortales—no para seres celestiales como lo era yo. 

Era tan fuerte que comenzó envolviéndome en sus garras hasta el punto de tortura, no sabía cuánto tiempo más podría soportarlo. Solo esperaba lo suficiente para escapar de Azrael y que Yeni volviera en sí.

Tenía un poco de esperanza, hace unos instantes abrió sus ojos por unos segundos, eso era señal de que mi beso le dio la suficiente fuerza para que su alma se fortaleciera y su corazón siguiera latiendo tan fuerte como lo escuchaba en su pecho.  Era la única manera de que nos dejará ir. Si ella despertaba y viviera.

—Yennifer lograste engañar al destino, ahora necesitas engañar a la Muerte

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—Yennifer lograste engañar al destino, ahora necesitas engañar a la Muerte.— le dije, mientras la sostenía aún más fuerte. Mi ala ilesa comenzaba a cansarse. Azrael había hecho algo, estaba seguro. Los ángeles no sentíamos dolor y tampoco conocíamos la fatiga. 

Volaba lo más rápido que podía, rezando para no desplomarme con ella en mis brazos. Esquivaba los relámpagos que Azrael creaba para lastimarme, mientras me adentraba lo más que podía entre las nubes. 

—¡Despierta Yennifer, por favor! —le supliqué, moviéndola un poco,  tratando que esta al menos me escuchara.

Eché un vistazo atrás, y algo dentro de mi pecho se estrujó al ver un ejército de parcas montando corceles esqueléticos salir de entre las nubes oscuras.

Azrael no parecía rendirse, pero, yo era incluso más terco. Cuando tenía algo en mente no dejaba irlo. Siempre me salía con la mía—y esta vez no iba a ser la excepción. 

Aleteé tan rápido como pude, esquivando los relámpagos y lluvia que comenzaba a caer, pensando en como perder a el ángel de la muerte y su séquito sepulcral.

No soltar a Yennifer de mis brazos era una tarea cada vez más difícil. Una chispa de esperanza creció en mí al sentirla un poco más tibia y llena de vida en mis brazos.

—¡Ah!—me quejé, al sentir un latigazo de una parca alcanzarme. Su riza era tan siniestra que lograba hacer temblar a mi alma. El dolor era algo insufrible, indescriptible y no había manera de escapar de él. Sentí algo fresco correr por mi torso, no pude creerlo aunque lo estuviera viendo. Un torrente de sangré caía supuraba por la herida de mi ala lastimada. 

No puede ser cierto. musité en mis adentros.  Los ángeles no sangran y ciertamente no sentien dolor.

¿Qué  me estaba ocurriendo?

Ángel guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora