Él es un ángel del caos.
Ella es un caos.
Enamorarse de una mortal esta prohibido para un ángel. Era un pecado imperdonable-perder sus alas era el castigo-pero el no es un ángel cualquiera.
Salvar a un mortal de la muerte cuando su nombre ya está...
Desde el momento en que nací el caos estaba ligado a mi vida. Me era imposible poder escapar de él—como si me siguera a todos lados. Había ocasiones, incluso, en los que llegaba a pensar que estaba aferrado a mí de alguna manera; pero eso no era posible.
No era como si el caos era un ser paranormal que podía andar por ahí detrás de mí toda mi vida, buscando mil y un maneras para hacerme sufrir. Además, esas cosas paranormales no eran reales.
El caos simplemente existía, aunque curiosamente estaba ligado a mí existencia...
Meneé la cabeza tratando de alejar todos esos pensamientos negativos que me atormentaban. Hoy se suponía tendría que ser un día en el cuál no debía de pensar en tonterías, lo mejor era dejar las preocupaciones atrás y ser positiva. Hoy tenía que ser diferente especial incluso, ya que iniciaba mí carrera como cantante independiente en un pequeño bar que recién había sido inaugurado en el centro de la ciudad.
Y todo gracias al esfuerzo y persistencia inagotable de Sofía, mí mejor amiga, quien había hecho la misión de su vida hacerme cantar en público.
¿Quién lo diría, yo una introvertida empedernida con ansiedad social aceptando enfrentar el peor de mis miedos a base de chantajes de parte de mi querida amiga?
Observaba las incontables filas de coches atrapados en el tráfico nocturno citadino mientras pensaba en que iba a inventar para explicar mí impuntualidad cuando fuera cuestionada por mi amiga.
Se me había hecho un poco tarde por haberme quedado dormida. Había estado tan cansada después de trabajar tiempo extra por semanas para poder pagar mí parte del alquiler de el pequeño departamento que compartíamos Sofía y yo, que casi no me quedaba tiempo para dormir; y se veía reflejado en mí apariencia. No podía cantar así de demacrada.
Había decidido que era lo mejor si tomaba una pequeña siesta, no sin antes dejar todo en orden para evitar las prisas.
Tomé una ducha, me sequé el cabello, dejé el conjunto de ropa que me pondría en una silla al lado de mi cama, planchado y listo para usarlo, tomé un té de manzanilla con jengibre y limón para preparar mí garganta, activé una alarma y me fui a dormir.
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Desperté al escuchar una ambulancia pasar cerca del edificio donde vivíamos a todo volumen. Cuando vi la hora en el pequeño reloj al lado de mi cama, salté de la cama—percatándome de que por alguna extraña razón la alarma no había sonado. Mi teléfono se había apagado. La ropa que había preparado estaba arrugada en el piso—presuntamente por el fuerte viento que entraba por mí ventana abierta.
