Capítulo 40

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Después de despedirse de Dafne y Jason, quienes fueron los últimos en abandonar el hogar de Harry, el alfa se dio cuenta de que realmente su noche no había terminado cómo lo esperó.

Joder, y es que no podía pensar en el estúpido asunto todavía, no podía pensar en cómo comprender la situación. Pero era su culpa, eso era la único que entendía bien. Por tratar de ser una persona correcta que se preocupaba por los demás antes de preocuparse de sí mismo, del rumbo de su vida. Era estúpido.

Su mente no estaba clara aún, no acababa de asimilar lo que había perdido. No acababa de entender que sus nuevos planes, que sus nuevos deseos y lo nuevo que se había atrevido a desear estaba todo arruinado.

Lo único que tenía frío todavía en la mente, justo detrás de sus ojos, era Louis. Louis viéndole de aquella manera. Con ojos grandes y llorosos, con el reflejo de él abrazando a otra omega. La finidad de sus facciones, tan tristes y dolidas. El dolor que Louis podía transmitirle sólo porque eran tan unidos. Era la único que podía mantener firme en sus pensamientos.

Harry había querido abrazarlo, había querido pedirle perdón de rodillas pero sabía que quizás todo estaba arruinado. Que quizás todo se había ido al infierno.

Y ni siquiera era un "quizás". Louis merecía algo mejor que él. Todo se había ido al jodido infierno.

Siempre había dicho que era un alfa con responsabilidades, que era un alfa que terminaría por lastimar a su pequeño omega, que era un jodido idiota estúpido. Que Louis merecía algo mejor. Y mierda, sí que había sido cierto.

Lo arruinó. Él y nadie más.

—Amor —escuchó detrás.

Todavía estaba frente a la puerta, Dafne y Jason habían subido a su auto y se habían marchado desde hacía un rato. Solo estaba ahí, de pie, sosteniéndose del marco de madera blanca. Odiándose, y odiando al destino.

Tragó saliva amarga y dejó ir la puerta, dando un paso atrás para verla cerrarse frente a sus ojos. Después simplemente se dio la vuelta.

Sam estaba ahí, con esa típica sonrisa encantadora de pie en el umbral de la cocina. Sostenía un par de tazones sucios, y Harry intuyó que estaba ayudándole a limpiar.

Siempre se había detenido a observar a la omega por más del tiempo necesario, porque siempre había estado enamorado de ella.

Ver su sedoso y largo cabello hasta la cintura, rubio y rizado, sus ojos brillantes que siempre habían tenido un toque dorado, sus labios gruesos con un suave labial rojizo, su sonrisa de dientes blancos y brillantes, la felicidad y el buen humor que siempre irradiaba, lo alta que era, sus piernas largas y delgadas, lo bonita que siempre lucía con cualquier ropa puesta... Verla y saber que ella le llamaba alfa, que eran una pareja y que podía abrazarla siempre que quisiera le hacía sonreír, le hacía sentirse un gran alfa con suerte.

Había estado tan enamorado de ella.

Pero había, en tiempo pasado, porque en esos momentos la observaba y no sentía absolutamente nada. No quería sonreír, no quería acercarse, no quería hablarle.

Y se odiaba. Porque si hubiese seguido los consejos sabios de sus mejores amigos cuando debió hacerlo eso no estaría sucediendo y quizás todo hubiese sido más fácil.

Pero era consciente de que nadie merecía lo que él había estado esperando por decirle a Sam. No era algo que no se viese con frecuencia, claro. Alfas y omegas se enamoraban para después separarse y seguir con sus vidas con otro alfa u otra omega, pero él no consideraba correcto sólo hacerlo y listo.

Las cosas tenían que terminar como habían empezado.

Pero, parecía ser demasiado tarde de todas maneras.

Llámame por mi nombre | Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora