Capítulo 12. Echar de menos.

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Annie Leonhardt

"Echar de menos".

¿Cuántas veces he escuchado esa expresión? Supongo que no demasiadas, pero sí las suficientes como para que me haya causado curiosidad desde siempre.

La mayoría de veces la escuchaba en conversaciones ajenas o películas y la única ocasión en la que la oí de una manera más directa, fue cuando Thomas Wagner se accidentó en su motocicleta y faltó por casi dos meses a la escuela, Mina me comentó un par de veces lo mucho que lo echaba de menos, y lo poco entusiasmada que se sentía por ir a la escuela debido a su ausencia, recuerdo mirarla con desconcierto, como si se le hubiera zafado un tornillo, me parecía exagerado y absurdo sentirse así sólo por no ver a una persona por unas cuantas semanas, además, esa expresión carecía de significado para mí, puesto que jamás había echado de menos algo y a juzgar por la manera en la que eso parecía afectar a Mina, estaba bien con eso, no parecía ser algo muy positivo.

Mi vida ya era lo suficientemente tediosa como para agregarle una experiencia emocional así de absurda.

Sin embargo, en lo más recóndito de mi mente, siempre he podido percibir inquietud por ser tan incapaz de sentir todas esas cosas de las que todo el mundo habla, como si fuera un recipiente vacío o una pieza defectuosa de un rompecabezas, como si en mi interior hubiera un hueco enorme e irreparable, algo roto que aunque no me hace sangrar, me mantiene incompleta.

Mi vida nunca ha sido algo memorable, los dieciocho años que llevo existiendo, simplemente me he limitado a eso: Existir.

Todas esas emociones de las que todo mundo habla o ha sido testigo, yo muy rara vez las tuve y con esto no intento decir que he sido miserable todo el tiempo, sencillamente nunca hubo algo o alguien que me interesara lo suficiente como para tener emociones fuertes o para "echarlo de menos". En estos momentos, solo se me ocurren un par de emociones de las que soy plenamente consciente que he sentido alguna vez y esa son el enojo y la envidia.

La primera la he sentido hacia situaciones específicas o personas que hacen cosas terribles como para desear sacarles las entrañas con una fuerte patada y la envidia hacia todos aquellos que parecen experimentar todo lo que yo no soy capaz de sentir o vivir.

No he tenido la peor de las vidas, porque sé que hay personas que realmente la pasan mal, pero tampoco vivo un cuento de hadas, si la existencia de las personas se definiera por colores, la mía no sería rojo ardiente, rosa vibrante o negro tetrico, sería un gris, ese color sin esencia alguna que nadie escoge para absolutamente nada, salvo para escenarios lugubres (pero sin llegar a ser lo suficientemente interesante o llamativo como para usar el color negro), ese color que jamás combinaría con el dorado brillante que salió por la puerta de la juguetería hace un par de horas.

Me pregunto qué tipo de personas echa de menos Armin.

Me pregunto si alguna vez alguien me ha echado de menos o si alguna vez existirá alguien que lo haga, pero sobre todo, me pregunto porque estoy pensando en todo esto de repente.

Miro la mano con la que retuve a Armin por varios segundos y no es hasta que un nuevo cliente entra a la tienda que despejo mi mente y me dispongo a continuar con mi jornada laboral.

...

Cuento el dinero de la caja registradora, perdiendo la cuenta en lo que debe ser el onceavo o doceavo billete en el momento en el que Pieck, mi compañera de trabajo, me llama.

Le doy una mirada malhumorada que ella parece ignorar.

- Un chico afuera preguntó por ti.

Mi cerebro procesa la información con suma lentitud, la mano que sostiene el puño de billetes comienza a temblar, intento preguntarle a Pieck quien es, pero las palabras parecen estar indispuestas para salir, por lo que solo la miro.

Lejos de reconocerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora